CANECILLOS BAJO EL ALERO SUR

Ya en el alero del tejado del muro sur, volvemos a encontrarnos con toda una serie de canecillos, en total veinticuatro, cuya iconografía es de gran interés para nuestro estudio.






Can. S. I :   Cabeza de fiera con la boca abierta y dentada.

Can. S. II :  Hombre sedente y desnudo.

Can. S. III:  Clérigo juglar con tablillas u hojas.

Can. S. IV : Especie de bola o fruto, posible manzana,

                  medio cubierto por una hoja.

Can. S. V:   Hombre sedente que transporta barril.

Can. S. VI:  Bola o fruto con hoja.

Can. S. VII: Cabeza de animal cornudo.

Can. S. VIII:Hombre de pie bebiendo de un tonelito.

Can. S. IX:  Juglar tocando la vihuela o el rabel.

Can. S. X:   Juglar músico tocando el pandero.









 



Can. S. XI:    Monstruo andrófago.                                              Can. S.XVIII: Clérigo sosteiendo entre sus manos un libro

Can. S. XII:   Tres cilIndros en los dientes de un animal.                                   o tablilla.

Can. S. XIII:  Hombre sentado en actitud onanista.                      Can. S. XIX:   Posible escena de acoplamiento.

Can. S. XIV:  Fruto cubierto con hoja del que salen unas raíces.    Can. S. XX:    Una cabeza humana sostiene tres barricas.

Can. S. XV:   Hombre itifálico desnudo y sedente.                        Can. S. XXI:   Geométrico, en caveto.

Can. S. XVI:  Animalístico, liebre o conejo.                                  Can. S. XXII:  Saltimbanqui o contorsionista.

Can. S. XVII: Hombre sedente y desnudo.                                  Can. S. XXIII: Juglar músico tocando el arpa.

                    Posible "autofelatio".                                             Can. S. XXIV: En caveto con medio rollo en lo alto.


                                                                                                                                                                


  

Si bien en el Can. S. I vemos una cabeza de fiera con la boca abierta y dentada, en el Can. S. II tenemos a un hombre sentado que coge sus piernas por debajo de la rodilla y parece desnudo. El rostro aparece muy desgastado pero se podría decir que lleva barba. El gesto es de mirada al frente pero con la barbilla un poco hacia arriba. El cabello ensortijado, se nos presenta en una disposición de rizos o bucles, a modo de casquete. ¿Quizás otro de esos personajes que desnudo toma parte en alguna determinada representación que se está realizando?






El Can. S. III muestra a un monje sentado, pues lleva traje talar y se cubre con esa especie de gorro tan característico, y tiene entre las manos una especie de tablillas u hojas. Aunque se pueden apreciar poco los detalles, presenta una marcada nariz y ojos más bien saltones; de boca grande y labios gruesos, parece tenerla entreabierta como si recitara. Todavía se puede apreciar también lo que en su día pudo ser una poblada barba. Ante la existencia constatada de clérigos juglares en aquella época, a los que incluso el concilio de Tréveris, en el año 1223, prohibe cantar y recitar versos en las misas, en el Sanctus y Agnus Dei, creemos que podríamos encontrarnos ante uno de éstos, puesto que otras veces los tenemos claramente tocando algún instrumento. Sería pues en este caso un clérigo juglar, y de entre ellos, de los denominados de boca o "clérigos jaculatores".





En el Can. S. V observamos a un hombre sedente que soporta sobre sus hombros una especie de barril o tonelito. Va provisto de barba y poco más se puede apreciar de su rostro. Permanece sentado con las piernas separadas y las manos apoyadas en las rodillas como en actitud de descanso, pues parece abatido por el peso que transporta. Este parece consistir más bien en un barril no de muy grandes proporciones, las justas para ser transportado por un hombre, y sujeto a su espalda por una especie de tirantes o correas, que se las ciñe por debajo de los brazos. Su gollete es de forma cuadrada y está situado en el medio de la panza. No se puede apreciar con claridad su indumentaria, pues sigue la misma tónica general, y si su estado de conservación nos permite apreciarlo en todos sus volúmenes, no así el detalle que se ha perdido. No obstante parece ir desnudo, ya que se le marcan perfectamente los volúmenes de brazos, piernas y cuerpo, sin rastro de pliegues o vestido. creemos que es de suma importancia precisar si lleva o no indumentaria, pues el desnudo, en esta iconografía que tratamos, puede llegar a adquirir un carácter ritual. Lo que nos da pie para intuir esto, es que es normal en otros muchos personajes, como pueden ser los clérigos juglares que aparecen tocando algún instrumento, no siendo sólo privativo de aquellas otras, que hasta ahora han sido consideradas como obscenas.






Mientras que el Can. S. VII representa la cabeza de animal cornudo de características bastante naturalistas, concentrándose toda la expresión en los ojos, de nuevo a continuación, en el Can. S. VIII, vemos a un hombre de pie y de espaldas, que sostiene con ambas manos, y por los extremos, una barrica o tonelito del que bebe. El barril tiene las mismas características que el que aparecía en el Can. S. V, de la misma iglesia, y poco se puede apreciar más, pues se encuentra bastante desgastado por la erosión, sólo que, por los volúmenes, el personaje parece ir desnudo al igual que el otro y la mayoría de ellos que componen nuestra iconografía.









El Can. S. IX nos presenta un músico tocando ahora la vihuela o el rabel. Por la forma con que tiene cubierta la cabeza, parece tratarse de un monje o clérigo semejante a los otros ya descritos. Presenta barba y va desnudo. Sobre el hombro izquierdo apoya el instrumento, y en la mano derecha, con el brazo flexionado, tendría el arco con el que tañería las cuerdas, hoy en día desaparecido, pues su estado de conservación sigue la tónica general de erosión, no obstante podemos apreciar todavía en él todas aquellas características iconográficas, que nos permiten dar una descripción bastante fidedigna.

Creemos que es importante hacer hincapié en esas otras características iconográficas, como son el ir desnudo y cubierta la cabeza con esa especie de gorro con que se cubrían los clérigos o monjes, pues esto nos da pie para diferenciarlo de aquellos otros juglares, tañedores de instrumentos, que también son muy comunes dentro de nuestra iconografía, y que aparecen junto con estos en un mismo contexto. Es por ello por lo que a éstos los incluimos dentro de un grupo, al que denominamos "clérigos juglares".




En el Can. S. X, de nuevo podríamos encontrarnos ante otro músico, en este caso un tocador de pandero. Es barbado, está sentado y sus características son claramente itifálicas aunque no muy marcadas. Sostiene entre sus manos lo que a primera vista pudiera parecernos una hogaza de pan, pero por las características de los otros personajes que le rodean, portadores de instrumentos, bien podría tratarse del citado pandero. Parece desprovisto de indumentaria, hecho muy probable por sus características itifálicas, no obstante, sus pies muestran un tipo de calzado, como una especie de botines, los característicos "pedules", que le cubren el tobillo. En la cabeza lleva el mismo tipo de gorro, que otros muchos, que le llega hasta las cejas, es por tanto otro de estos monjes o clérigos. Bastante bien conservado por lo que respecta a sus formas y volúmenes, creemos que una correcta clasificación, por sus características iconográficas y por el contexto en que se encuentra, es la de que nos encontramos de nuevo ante un "clérigo juglar".





Una nueva iconografía es la que nos ofrece el Can. S. XI, pues en él hace su aparición el tema del monstruo andrófago. El personaje de espaldas parece tener flexionadas las piernas e ir cubierto de medio cuerpo para abajo con una especie de calzones o faldellín, aunque eso no impide que muestre el falo entre las piernas separadas. Levanta los brazos, estirados hacia arriba, enmarcando la cara del monstruo que cierra las fauces en torno a su cuello. El rostro del animal, difícilmente identificable, es de forma triangular y parece llevar algo sobre la cabeza que no se puede identificar con exactitud, pero cuyos volúmenes se diferencian perfectamente de la moldura superior del canecillo. Aunque el rostro del animal se encuentre en un estado de erosión bastante avanzado, lo que nos impide determinar de qué animal se trata, no obstante, todos los demás datos de la composición permiten una clasificación fuera de dudas. Su interpretación suele variar según el contexto en que se incluya, siendo considerado una veces como "Leviatán", otras como "animal psicopompo", y otros como "símbolo de resurrección" a través de la muerte iniciática, pero lo que nadie duda es en denominarlo "Monstruo Andrófago". Si bien a primera vista este tema poco tiene que ver con esa iconografía que ha venido llamándose obscena, el motivo de que la hayamos incluido entre ella, es porque creemos que ni la una es obscena, y esta otra se haya muy relacionada con el resto de las representaciones en el conjunto.








Mientras el Can. S. XII presenta tres rollos o bidones cilíndricos en los dientes de un animal, de nuevo en el canecillo Can. S. XIII vemos a un hombre sentado en actitud onanista. Es muy semejante en todo al Can Tej. P. S. IX, pero aquí, más que presentar su boca en forma de especie de embudo, parece que se trata de un vaso del que está bebiendo. También, algo que no podíamos apreciar en el canecillo del tejaroz, era lo que hacía con su mano, cosa que aquí está bastante clara, pues se coge con ella el falo, lo que nos da pie para pensar que posiblemente se encuentre en la actitud mencionada. Además, aunque desgastado por la erosión, conserva perfectamente todos los datos que nos permiten una correcta lectura de toda la composición.

Es un tipo de iconografía que se repite bastante en San Pedro de Cervatos. Normalmente sólo se dice de él que es una figura de hombre con cabeza de mono e itifálico. Creemos que es también importante fijarnos en la actitud que muestra, pues esa misma actitud onanista se va a repetir constantemente en otros muchos, lo que nos obliga a hacer un gran grupo iconográfico con todos ellos, no por sus rasgos faciales, sino por esa misma actitud en que se encuentran.




Sigue a éste una especie de fruto cubierto con hoja del que salen unos tallos o raíces y ya en el Can. S. XV de nuevo volvemos a encontrarnos con la misma representación iconográfica del Can. S . XIII, pero si en el anterior observábamos alguna diferencia con el Can. Tej. P. S. IX, aquí éste es prácticamente similar al del tejaroz, no pudiendo precisar si es un vaso lo que se lleva a la boca, o es que tiene ésta abocinada, pues la erosión hizo perder algunos datos que dificultan su lectura. Tampoco se sabe lo que en realidad está haciendo con la mano, aunque en este caso es también la izquierda la que parece que más bien se la lleva hacia atrás, hacia el trasero. Si bien por el estado en que se encuentra, no podemos precisar con exactitud si es un vaso lo que se lleva a la boca, o tiene ésta abocinada, lo que sí está claro es que no es la mano. Creemos de nuevo que, por la actitud en que se encuentra, es mejor incluirlo dentro de ese gran grupo que está realizando uno de esos actos considerados hoy en día como degradantes, pues no es muy ortodoxo presentarse desnudo, mostrando rasgos itifálicos, y llevarse la mano al trasero.

 

Mientras en el Can. S. XVI podemos apreciar lo que a primera vista parece una liebre o conejo, sin poder dejar de apuntar que otras veces nos encontramos con saltimbanquis disfrazados de tal, hecho que aquí no es tan palpable aunque la postura, así como los rasgos del rostro, pudieran indicárnoslo, el Can. S. XVII vuelve a ser antropomorfo.






Presenta éste a un hombre sentado que de nuevo se lleva algo a la boca. Quizás la primera impresión sea la de encontrarnos ante un tocador de instrumento de viento, o un personaje en actitud de comer algo, así como un enorme pan alargado. No obstante, no creemos que se trate de un músico, pues cuando alguno de estos aparece tocando alguna especie de flauta, ésta es completamente reconocible e iconográficamente distinta. En cuanto a su actitud de comer, no la hemos encontrado nunca en nuestro contexto, y por otra parte, por la forma curvada y el nacimiento entre las piernas de ese algo que se lleva a la boca, más parece un enorme falo, que otra cosa. Además, si tenemos en cuenta las características del personaje, muy emparentado en sus rasgos faciales con los de los canecillos: Can. S. XIII y Can. S. XV, podría estar realizando de nuevo un acto de los denominados hoy en día degradantes, como sería el de una "autofelatio".

En realidad, aparte de los rasgos del rostro, que son los mejor conservados, de ojos almendrados y saltones, y boca desmesuradamente abierta, en círculo, para poder introducir en ella lo que sostiene entre las manos, y que casi no abarca, poco más se puede apreciar, si bien se encuentra en bastante buen estado como para poder determinar su actitud, aunque la erosión no nos permita determinar con exactitud lo que se lleva a la boca.



Un clérigo o monje que sostiene entre sus manos un libro o tablilla al que parece dirigir la mirada, es el que nos encontramos en el Can. S. XVIII. En este caso, si la acción que está realizando es muy semejante a la del Can. S. III, pues ambos parecen leer de esa especie de tablilla o libro, su iconografía es completamente distinta. Este va vestido con una especie de túnica de amplias mangas que le llega hasta los pies, da la sensación de que lleva la cabeza rasurada, y no la cubre con esa especie de gorro tan característico en los otros. Aunque es muy difícil de precisar por el estado de conservación del canecillo, ya que, desgastado por la erosión, sólo se aprecian los amplios volúmenes, parece que haya tenido barba y unos largos bigotes que aún hoy en día le caen a ambos lados del labio superior. Por el contexto en que se encuentra, y por lo ya expuesto al tratar el Can. S. III, lo podemos incluir dentro de ese grupo que denominamos "clérigos jaculatores".







El Can. S. XIX nos presenta una figura sentada y de rasgos faciales marcadamente masculinos, pues presenta restos de lo que fue una poblada barba. Tiene las piernas abiertas, y a través de ellas asoma el rostro de otro personaje. Creemos que podría tratarse de otra escena de acoplamiento, y las dos protuberancias que aparecen en primer plano, pertenecerían a la figura que se encuentra debajo, pudiendo ser perfectamente sus pies, y encontrarse acostada de espaldas con las piernas flexionadas hacia adelante. Viene a apoyar nuestra hipótesis, el que la figura que se encuentra encima, sentada, da la sensación de ir vestida, pues todavía se percibe el extremo de las mangas de la prenda con la que cubriría su cuerpo, por ello, no podrían ser sus senos, no sólo por encontrarse demasiado bajos para pertenecerle, sino también porque tampoco se podrían ver al llevar el cuerpo cubierto. Por otra parte, aunque por el estado de conservación, bastante desgastado por la erosión, la composición aparece a primera vista algo confusa, todavía quedan datos que nos permiten una lectura aproximada.


Se ha intentado ver en ella a una mujer dando a luz, pero por lo ya expuesto en la descripción iconográfica, creemos que estaría más cerca de la realidad clasificarla como "escena de acoplamiento".

Otra de las iconografías que con bastante asiduidad vemos aparecer en nu contexto, es la del típico personaje que acarrea sobre sus espaldas un pequeño barril o tonelito. En el Can. S. XX vemos esta iconografía pero con una variante, pues aquí lo que se representa son tres barrilitos superpuestos sobre una cabeza humana, encontrándose todo ello en bastante mal estado de conservación.





Mientras el Can. S. XXI es geométrico, en caveto, en el Can. S. XXII vemos a un saltimbanqui o contorsionista que se sostiene sobre las manos, cabeza abajo y piernas en alto. Muy similar en su actitud al Can. Tej. P. S. I. Como aquel, su postura es bastante forzada. El rostro que mira al espectador se encuentra enmarcado por los brazos que los tiene flexionados, cuerpo recto en vertical y piernas dobladas hacia adelante. Va vestido, pues todavía podemos apreciar los restos de su cinturón con una hebilla de forma redondeada, pero poco más se puede apreciar, pues se encuentra bastante desgastado por la erosión.




De nuevo volvemos a encontrarnos con un tañedor de arpa en el Can. S. XXIII, pero aquí su iconografía es distinta a la del Can. Tej. P. S. III, que lucía un espeso cabello. Ahora este juglar, que cubre su cuerpo con brial, tiene la cabeza completamente rasurada a semejanza del de el Can. S. XVIII, con el que indudablemente está emparentado por su fisonomía. Cierra la secuencia de esta serie de canecillos del muro Sur el Can. S. XXIV, pero es puramente geométrico, tratándose de una reposición.


        

EL ÁBSIDE




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