CANECILLOS BAJO EL ALERO DEL ÁBSIDE
CANECILLOS BAJO EL ALERO DEL ÁBSIDE
Continuando con la descripción iconográfica de la serie de canecillos que se encuentran ubicados en el alero del ábside, nos encontramos en primer lugar, en el Can. Abs. I, a un hombre llevando una barrica o tonelito a la espalda. Está sentado y parece ir desnudo. Cubre su cabeza con una especie de casquete que le llega hasta las orejas y calado hasta los ojos, pero que no parece el mismo con el que se cubren los monjes, ni tampoco lo es su fisonomía. Es barbado y de rasgos nada exagerados, solamente los ojos están más marcados. En actitud de descanso, reposa su mano izquierda sobre la rodilla mientras que la derecha descansa sobre su pecho. El tonel lo lleva ceñido a la espalda por medio de una serie de correas o tirantes que le pasan por debajo de los brazos.
Toda la composición desborda naturalismo. En general su estado de conservación es muy bueno, lo que nos da idea de como sería la talla de los demás canecillos que hoy en día se encuentran demasiado erosionadas para poder apreciar no sólo la talla, sino también el detalle.
Seguido a éste encontramos a otro juglar tocando el arpa, es el Can. Abs. II. Sus rasgos siguen la tónica del anterior, siendo bastante naturalistas, es como si el maestro escultor lo hubiera captado en un momento de deleite, al escuchar el sonido que sale de su arpa, sólo el tamaño de las manos, demasiado exageradas en relación con las proporciones del resto de sus miembros, rompe esa armonía de proporciones. Va vestido con una especie de túnica que le llega hasta los pies y de largas mangas. Su pelo ensortijado le cae hasta las cejas, a manera de casquete, y parece ser barbado. Entre las piernas sujeta el instrumento sobre el que parece apoyar también su cabeza, y tañe sus cuerdas con esas grandes manos cargadas de expresión.
Se encuentra también en bastante buen estado de conservación, lo que nos vuelve a dar una idea de como pudieron ser los restantes canecillos, tan deteriorados actualmente por la erosión. Estos nos hacen intuir que el maestro escultor de Cervatos conocía su oficio, y que en realidad, la falta de virtuosismo en su talla, más puede deberse a las inclemencias y el pasar del tiempo, que a la pericia de su maestro.
Su clasificación no ofrece lugar a dudas, no obstante creemos que es preciso hacer hincapié en diferenciarlo de esos otros clérigos juglares, perteneciendo éste a ese otro grupo de gentes que se ganaban la vida actuando de pueblo en pueblo, y que eran espectáculo obligado en muchas fiestas, incluso relacionadas con la liturgia.
En el Can. Abs. III se encuentra un hombre de espaldas bebiendo de una barrica. El naturalismo de los anteriores se ha perdido.
Nos encontramos ahora con un rostro de rasgos bastante pronunciados, en donde toda la concentración se pone en unos ojos desorbitados. El citado personaje parece que está sentado en el suelo y de espaldas al espectador, pero con la cabeza tan inclinada hacia atrás que puede vérsele completamente su rostro. Lleva la cabeza cubierta por esa especie de casquete que ahora, y quizás debido a su posición, le tapa las cejas llegándole hasta los ojos, pero que se diferencia perfectamente, por su forma, del gorro o tocado con que se cubren los monjes o clérigos, que no tiene nada que ver con éste. Coge con ambas manos, y por los extremos, el barril, a cuyo gollete cuadrado acerca la boca. Si poco más podemos decir de él, un resto curioso es una especie de cuello, cuya talla se esfuerza por imitar las puntillas, que le cae sobre los hombros, no pudiendo decir si forma parte de su tocado o correspondería a la prenda con la que cubriría su cuerpo.
El Can. Abs. IV nos muestra a un monje que levanta las piernas sujetándoselas con las manos, y enseña el trasero. En posición bastante forzada, contorsiona su cuerpo hasta tal punto que la punta de sus pies le tocan los dientes, que podemos observar a través de su gran boca abierta.
No nos cabe duda de que nos encontramos ante un monje o clérigo, pues todavía se pueden observar restos de la talla de lo que sería el traje talar, y lleva ese gorro tan característico de éstos, calado hasta los ojos y cubriéndole las orejas. De rasgos muy marcados, muestra unos ojos como desorbitados y nariz puntiaguda y prominente.
Se ha clasificado como monje exhibicionista, pues parece como si en la parte inferior ostentara los genitales. No obstante, por la postura que tiene, difícilmente se le verían éstos, pues le quedarían tapados por el trasero. Por todo ello nos inclinamos a pensar que más bien pudiera ser la materia fecal, por lo que estaríamos ante un acto de defecación. Esto no es nuevo ni único de Cervatos. En la iglesia de San Quirce, en Burgos, en dos de las metopas de la portada occidental (primera y última), aparece un hombre totalmente desnudo en actitud de defecar. En la primera se puede ver la siguiente inscripción: "mala cago", y en la última sólo se lee: "io cago". Ambas inscripciones no dejan lugar a duda de lo que el artista está representando. Es una pena su estado de conservación, pues, si bien podemos percibir los amplios volúmenes que nos permiten una lectura global bastante aproximada, no así el detalle, sobre todo de esa parte inferior, que nos aclararía más fidedignamente la actitud en que se encuentra.
En el Can. Abs. VI nos encontramos con un motivo de difícil clasificación, de cabeza medio animal y cuerpo como cubierto por una especie de tallos vegetales.
A continuación, otro monstruo andrófago es el representado en el Can. Abs. VII, pues se trata de una figura humana que acaba de salir de la boca de una fiera, mientras otra figura parece sostener entre sus manos la cabeza del andrófago.
Aunque se encuentra en bastante buen estado de conservación, sin percibir los detalles de la talla, es una composición complicada. Uno de los personajes cabalga sobre un ser monstruosa al que sólo se le ve su gran cabeza y le estira la boca hacia ambos lados por las comisuras de la misma, como queriendo ayudar a que el animal termine de vomitar al ser que lleva dentro. A través de la boca dentada del monstruo ha salido ya casi por completo otra figura humana que se lleva la mano derecha hacia la mejilla, mientras la izquierda reposa sobre el pecho. Parece desnudo y cubierta su cabeza con esa especie de casco o casquete que le llega hasta las cejas. Ojo derecho desmesuradamente abierto, con el izquierdo tapado y boca torcida por la actitud de su mano, tiene las piernas encogidas y parte de ellas todavía en las fauces del citado animal. Creemos, pues, que nos volvemos a encontrar ante lo que sería un "Monstruo Andrófago", aunque aquí esta composición, tan abundante en nuestra iconografía, se complique un tanto.
El Can. Abs. VIII se encuentra también en bastante buen estado de conservación, aunque parte de los detalles de su talla se hayan perdido, pero se conserva bastante bien el rostro y los amplios volúmenes de su cuerpo, lo que nos permite una lectura de la composición bastante acertada.
Se trata ahora de un ser humano disfrazado con una gran máscara que parece tener cuernos.
Está de pie, y lleva en la mano derecha como una especie de estaca, semejante a la tradicional zumbadera o carraca, no obstante también podría ser cualquier otro instrumento del cual se sirviera en sus funciones, como esa especie de palo que iza en alto con la izquierda, y que muestra apoyado sobre el hombro. De boca desmesuradamente abierta, va desnudo aunque no se observan rasgos itifálicos, y encoge los brazos como si el artista lo hubiera querido captar en un momento de su desplazamiento. Se trataría, pues, de un "Enmascarado", de esos que salen con motivo de ciertas festividades relacionadas con el Año Nuevo, y mencionados por algunos Padres de la Iglesia en sus escritos.
De nuevo en el Can. Abs. IX vuelve a aparecernos otro saltimbanqui cabeza abajo y piernas al aire. Muy semejante en todo a los anteriormente descritos, muy fácil de clasificar, pues los datos que aporta no ofrecen lugar a dudas.
Un poco más complicada es la composición que encontramos a continuación en el Can. Abs. X, pues a primera vista parece representar a un personaje que, cruzando una pierna sobre otra, parece tocar un cuerno.
Si nos fijamos atentamente, vemos que esta primera impresión pudiera ser falsa, tratándose en realidad de dos figuras entrelazadas, de las cuales una ha perdido la cabeza y la otra está sentada de perfil y rostro de frente, entrelazándose a la que le ofrece la cornucopia, al mismo tiempo que se sujeta la pierna con la mano. Sería por tanto una escena de acoplamiento, muy característica cuando el acto se realiza de pie, como podemos ver por la pierna que cae hacia abajo y apoya en el suelo.
No obstante, y aunque no sería de extrañar este tipo de escena, puesto que aparecen otras en donde el coito o acoplamiento es patente, sí nos fijamos lateralmente, vemos como en realidad se trata sólo de una figura en postura un tanto forzada, por lo que nos inclinamos por la primera impresión tenida al verla. Por todo ello podríamos incluirla dentro de ese grupo de "clérigos juglares", que aparecen desnudos tocando algún tipo de instrumento, pues la forma en como se cubre la cabeza así nos lo indica. Es una pena el estado de erosión en que se encuentra, pues ello complica su lectura.
Si bien el Can. Abs. XI nos muestra un fruto con hoja en el Can. Abs. XII se desarrolla otra escena de coito, muy parecida en todo a la del Can. Tej. P. S. V, pero aquí miran ambos hacia el espectador.
Parece que la figura del primer plano es femenina, pues lleva la cabeza cubierta con la característica toca de las mujeres casadas. Está de espaldas con las piernas encogidas, y en un alarde de contorsionismo gira la cabeza de tal manera, que está mirando hacia el espectador. De la figura en segundo plano sólo se le ve la cabeza que asoma por detrás de la de su compañera. Permanece abrazado a ésta, pues podemos ver como apoya las manos en su espalda.
Del resto sólo se puede intuir que se encuentra también con las piernas hacia arriba, siendo tapadas éstas por la otra figura. Lo más claro de todo es la penetración, pues con el pasar del tiempo se han perdido los detalles apreciándose más que nada los volúmenes. No obstante, se encuentra bastante bien conservada por lo que respecta a los amplios volúmenes y algún que otro detalle, lo que permite una acertada interpretación.
El Can. Abs. XIII parece una escena de parto, justamente en el momento en que la criatura acaba de salir del seno materno. La mujer se encuentra cabeza abajo y se lleva las manos a las mejillas. Tiene los ojos abiertos y sus facciones son de lo más naturalistas. Va desnuda y sólo en los pies se aprecian una especie de botines. Lo que puede interpretarse como el recién nacido sale de entre las piernas de ésta y, con las piernas encogidas, apoya los pies en el bajo vientre de la mujer.
Por la diferencia de tamaño de los dos personajes, y comparándola con otras composiciones en que la relación sexual no deja lugar a dudas, nos inclinamos por clasificarla como "escena de parto", pues además se encuentra en bastante buen estado de conservación,, aunque por las características iconográficas que muestran ambas figuras nos parezca una composición un tanto extraña.
Ya en el Can. Abs. XIV nos aparece una figura entre animal y humana, pues ni el torso ni los rasgos de la cabeza se puede decir que pertenezcan a uno u otro. Tiene cuernos, pero tampoco éstos son de un animal concreto, parecen más bien artificiales, y por otra parte sus orejas son más bien humanas. Sin atrevernos a afirmarlo claramente, podría tratarse también de una máscara o cabezudo, que aludiera al citado animal, aunque el estar bastante desgastado por la erosión nos impide ver en él ciertas características iconográficas, que nos hacen dudar a la hora de su clasificación.
En bastante mal estado de conservación se encuentra también el Can. Abs. XV, no obstante, y aunque no con todo detalle, puede apreciarse todavía a una figura humana de pie, con el brazo izquierdo flexionado hasta el hombro, y levantando hacia arriba el derecho en cuya mano se puede ver un objeto esférico, como si fuera una pelota. Nos es difícil clasificarlo dentro de nuestra iconografía, y tampoco la bibliografía consultada es muy explícita al respecto.
Sigue a la anterior, en el Can. Abs. XVI, una figura de animal cornudo, y de nuevo, en el Can. Abs. XVII, volvemos a encontrarnos con lo que hemos decidido denominar ostentación del sexo femenino, y ésta, lo mismo que todas, levanta las piernas hacia arriba y muestra su sexo.
Se encuentra este canecillo muy desgastado por la erosión, sobre todo el rostro, cuyos rasgos prácticamente se han perdido. No obstante, conserva perfectamente la talla de sus órganos genitales que el maestro escultor ha enfatizado y cargado de gran realismo, características que, a pesar del estado de deterioro que muestran otras partes, éstas, por el contrario, han llegado perfectamente conservadas hasta nosotros.
Es por ello por lo que creemos que existen toda una serie de connotaciones, cuando se la observa dentro de un contexto determinado que no tiene nada que ver con el pecado, que nos dan pie para no ver en ella una actitud impúdica al mostrar al espectador su sexo, sino una clara ostentación de sus órganos genitales como principio de vida.
Como acompañando a esta mujer que ostenta su sexo, en el canecillo contiguo, Can. Abs. XVIII, nos encontramos con otra clara ostentación del sexo masculino. Este se encuentra sentando en actitud un tanto solemne, con la cabeza inclinada un poco hacia atrás y barbilla hacia arriba. Su mano izquierda reposa abierta sobre su pecho. Con la derecha no sabemos lo que hace, pues la pasa por debajo de la pierna permaneciendo oculta por ésta. No cabe duda que todo el énfasis de la representación está concentrada en el falo, pues éste, dejándose ver entre las piernas del personaje, alcanza unas proporciones tremendas en comparación con las distintas partes de la composición. El rostro se encuentra en un estado de erosión muy avanzado, no así las restantes partes del cuerpo que, aunque no el detalle, sí pueden percibirse globalmente.
Por el lugar que ocupa al lado de esa mujer de piernas levantadas que muestra sus partes del cuerpo más íntimas, y por repetirse continuamente esta contigüidad, lo hemos incluido dentro de ese grupo que hemos denominado "ostentación del sexo masculino", para diferenciarlos de esos otros en clara actitud onanista, pero no al lado de la mujer que ostenta su sexo.
El Can. Abs. XIX parece en principio animalístico: un oso agarrado a un columpio. No obstante no podría precisarse con exactitud si realmente es un oso o un enmascarado disfrazado como tal. Parece tener rasgos itifálicos, y el cuerpo ser más bien de proporciones y formas humanas. La pérdida del detalle debido a la erosión, dificulta su clasificación. Creemos necesario apuntar, que bien pudiera ser también un saltimbanqui disfrazado, pues otras veces así nos aparece claramente.
En el Can. Abs. XX nos encontramos con una composición de dos figuras, en donde la del primer plano es indudablemente una mujer. Esta se encuentra cabeza abajo, desnuda, con los senos bien marcados y las piernas entreabiertas a través de las cuales asoma el rostro de otra figura que parece ser un hombre. Este da la sensación, en un principio, de encontrarse abrazado al cuerpo de la mujer, cogiéndola por encima del pecho. No obstante, si nos fijamos más detenidamente, esas manos, por la posición de los pulgares y de los brazos en si, parecen pertenecer más bien a la misma mujer. Poco se puede decir más de la figura del segundo plano, sólo que apoya la barbilla en el sexo de su compañera.
Creemos que, por todo lo dicho anteriormente, una clasificación concreta es difícil, pues el canecillo se encuentra bastante erosionado, aunque todavía se puedan apreciar todos los volúmenes que nos permiten una descripción bastante precisa de la actitud en que se encuentran, a pesar de que sus miembros parezcan confundirse en ese entrelazo. No obstante, si tenemos en cuenta el contexto y la postura que muestran, pudiera ser que nos encontráramos ante el "cunilingus", no en el momento preciso del acto, pero sí nos lo estaría evocando.
A continuación vemos aparecer un ser monstruoso con la boca abierta, Can. Abs. XXI, no se ve bien si está de espaldas o de frente, pues si bien las extremidades inferiores flexionadas dan la primera impresión, las superiores y la cabeza, cuyo rostro mira hacia el espectador, nos están indicando todo lo contrario. Por otra parte también pudiera estar con las piernas levantadas hacia atrás y sujetándoselas con las manos. Es preciso hacer hincapié en que los rasgos de la cara son muy similares en todo a ciertos tipos de máscaras que presentan algunos enmascarados de la misma iglesia, y por ello nos hemos decidido a incluirlo en el contexto.
De nuevo en el Can. Abs. XXII vemos aparecer el mismo tema representado en el Can. S. XX, en el que una cabeza humana sostiene tres barricas o tonelitos. Le sigue el Can. Abs. XXIII de tema animalístico, posiblemente una cabra, y el Can. Abs. XXIV en el que posiblemente podemos contemplar una escena de lucha.
Si bien las escenas de lucha, dentro de este contexto, no son características en Cervatos, no obstante las veremos aparecer en los capiteles absidales interiores de la Iglesia de los Santos Facundo y Primitivo de Silió.
A priori creemos que bien pudieran estar relacionadas con el contexto, aunque en un primer momento no jueguen un papel determinante, y por ello, aquí en Cervatos, sólo aparezca diluida en el conjunto, pues en muchas fiestas populares, además de enmascarados, comparsas juglarescas, etc., era normal que se celebraran toda una serie de luchas, más o menos rituales, con un significado preciso en cada época. A esto pudiera estar aludiendo quizás este canecillo en el que aparecen dos figuras, una de ellas, con bastón o maza, parece vencer a otra que está caída. Otra escena semejante, pero ahora entre animales afrontados, es la que nos presenta el segundo capitel de columna del ábside (Cap. Col. Abs. II). Es ésta una escena de dos animales afrontados que parecen luchar, en el extremo, como observándolos, se encuentran unas figurillas humanas de pie.
Siguiendo con la secuencia de canecillos, el Can. Abs. XXV vuelve a ser animalístico, liebre o conejo, mientras que el Can. Abs. XXVI se trata de nuevo de otro enmascarado, pero con una variante, ya que en lugar de llevar la máscara puesta, parece que está descansando, sosteniendo ésta entre las manos. Es éste un personaje masculino sentado, al parecer va vestido, pues todavía puede apreciarse la manga del vestido o túnica que llevaría puesta. Muestra sobre su regazo una gran máscara monstruosa que sostiene por ambos extremos de la boca. Esta es semejante a otras que aparecen en otros canecillos de la misma iglesia.
El Can. Abs. XXVII se encuentra bastante desgastado por la erosión, pero se pueden apreciar todavía todas sus formas y volúmenes. Se representa en él una cabeza de animal cornudo, muy semejante al Can. Abs. XVI y éstos podían corresponder por sus características a ciertos tipos de enmascarados. Es preciso recordar, a la hora de analizarlos más en profundidad, los textos de la época que nos hablan de ciertos disfraces muy característicos que salían con motivo de determinadas fiestas, pues éstos no se cansan de mencionar estos disfraces de "cervulos" o "vitula".
De nuevo otro enmascarado es el que nos aparece en los Cans. Abs. XXVIII y XXIX, pues presentan una figura humana sedente, vestida y con máscara, que sostiene entre sus manos, y sobre su regazo lo que en su día fue una cabeza humana actualmente muy deteriorada.
Esta iconografía del enmascarado se vuelve a repetir en parte en el canecillo contiguo, pues, si nos fijamos atentamente en la composición que aparece en el Can. Abs. XXX, vemos como nos recuerda en todo al Can. Tej. P. S. VIII, por lo tanto creemos que se trata de un ser disfrazado, con careta más bien monstruosa, pero ahora tiene cogido por el trasero a otra figura desnuda y flexionada. Por la semejanza con otros canecillos estaríamos ante una "escena juglaresca".
Emparentado con el anterior estaría el Saltimbanqui contorsionista del Can. Abs. XXXII. Éste, de pie y vestido con una especie de calzones, dobla su cuerpo hacia atrás hasta lograr asomar su rostro entre sus propias piernas, al mismo tiempo que con las manos se coge las pantorrillas.
El Can. Abs. XXXIII nos presenta una figura humana desnuda y de facciones simiescas, muy semejante en todo al Can. S. XIII, Can. S. XV y Can. Tej. P. S. IX. En este caso se ve claramente que es su boca y no un vaso lo que le da esa apariencia, se lleva la mano izquierda a ésta y con la derecha está en actitud onanista.
Con el Can. Abs. XXXIV se termina la serie de canecillos ubicados en el alero del ábside. Éste vuelve a mostrarnos lo que a primera vista parece otra escena juglaresca, pues se trata ahora de unas figuras entremezcladas. La que está sentada parece tener los mismos rasgos que la anterior, luego, tapando casi por completo su cuerpo aparece lo que posiblemente es otra figura que se contorsiona, mostrando solamente al espectador su trasero.
CANECILLOS BAJO EL ALERO DEL MURO NORTE