I.2  Cultos cristianos emparentados con ancestrales ritos

De la mayoría de ellos tenemos constancia también a través de los cánones de los sucesivos concilios y de sus continuas prohibiciones.

Ya el Concilio Aurelianense en el año 533 nos dice:

  1. "Que nadie cumpla un voto cantando en la iglesia, ni bebiendo o haciendo cosas lascivas, porque a Dios, más que agradarle estos votos, le irritan."

  2. En: JACOBELLI, M. C.: Risus Paschalis. El fundamento teológico del placer sexual, pág. 59. Ver también nota 25 de la misma página.


Otro documento que hemos podido encontrar, y que nos demuestra estas prácticas, es el de Hincmarus, obispo de Reims, el cual, en el año 852, escribe a los sacerdotes de su diócesis en estos términos:

  1. "Ningún clérigo, en el aniversario, o al cabo de un mes, o de una semana de la muerte de alguien, o en ocasión de cualquier reunión de sacerdotes, osará embriagarse, ni beber en amor de los santos o por la salud de su propia alma; ni osará forzar a los demás para que beban o se llenen de vino para una oración indecente; ni osará provocar aplausos y carcajadas inoportunas, ni narrar o cantar fábulas estúpidas, ni permitirá en su presencia juegos lascivos con el oso o con las danzarinas, ni que se hagan venir máscaras de demonios."

  2. Hincmari Archiepiscopi Rhemensis, Capitula Synodica. 710 capitula presbyteris data, anno 852, cap. XIV, PL 125, p. 776.

  3. En: JACOBELLI, M. C.: Op., cit., págs. 42-43. En la nota 57 de la pág. 43 la autora recoge el texto latino.


La costumbre de comer y bailar dentro de la iglesia tiene raíces muy antiguas, pues durante la Semana Santa corría a cargo de ciertas cofradías la organización de estas actividades, pudiendo verse en Francia durante los siglos VII al IX, en Vercelli en el S. X, en Venecia en el S. XII, etc. Esta tradición, junto con las otras de las que nos habla el obispo Hincmarus, pervivirán durante más de un milenio como nos lo atestiguan los textos recogidos por M. C. Jacobelli.

De nuevo, otra prescripción del concilio Avernionense que se remonta a 1209, dice así:

  1. "Queda establecido que en las vigilias de los santos no se harán en las iglesias ni danzas de saltimbanquis, ni gestos obscenos, ni bailes, ni se recitarán poesías de amor o canciones amorosas."

Conc. Avernionense, can. 17, t. XIII, 803, año 1.209. En: JACOBELLI, M. C.: Op., cit., pág. 56.   

A lo largo de la obra citada, Jacobelli recoge toda una serie de textos que nos dejan constancia de esto.

 Así mismo, en nota a pie de página recoge el texto original y la fuente en donde lo encontró.                   .           


Algo similar pasaba también en Hispania:

  1. "... durante la vigilia de Pascua, el predicador se hacía acompañar por un hermano laico que enjuiciaba la cuaresma, hacía apología del buen yantar y se sacaba de debajo del hábito un frasco de vino y un jamón."

REINACH, S.: “Le rire ritual”, en: Cultes, Mythes, Religions, IV, págs. 109 a 129, 1912. En: JACOBELLI, M. C.: Op., cit., pág. 45.


Este dato que nos llega de la mano de Reinach, está atestiguado también por las prohibiciones de dos concilios. La primera se remonta a la primera mitad del S.VII emitida por el concilio de Toledo. La otra es la que tiene lugar en 1473, emitida también por otro de los concilios toledanos. Nueve siglos separan la una de la otra, y sin embargo, y a pesar de la prohibición, sigue vigente y teniendo como escenario el marco sagrado de la iglesia.

Esta última nos es muy ilustrativa, pues nos pone en conocimiento de toda una serie de acontecimientos semejantes a los que veíamos que tenían lugar en otros países, precisamente en el ámbito sagrado que constituía la iglesia. El concilio toledano dice así:

  1. "... ya sea en las iglesias metropolitanas, ya sea en las catedrales y en las demás iglesias de nuestra provincia, existe la costumbre por parte de algunos -sobre todo en la natividad de N. S. Jesucristo, de san Esteban, de san Juan y de los Inocentes, en otros días festivos y también en ocasión de misas nuevas de introducir en la iglesia, mientras se celebran los sagrados oficios, espectáculos teatrales, máscaras, monstruos, elementos grotescos, y tantas otras cosas deshonestas y de todos los tipos; por si fuera poco, se hace bulla y se recitan poesías lascivas y sermones jocosos, de modo que el oficio divino queda interrumpido y el pueblo se aleja de la devoción."

Conc. Toletanum, cap. XIX. En: JACOBELLI, M. C.: Op., cit., págs. 54-55.


Y si esto pasaba en la diócesis de Toledo todavía en el S. XV, que no pasaría a lo largo de toda la Edad Media, cuando ya la primera prohibición de características muy similares se remonta a la primera mitad del S.VII.

Así pues, no debemos dejarnos llevar por las constantes y sucesivas prohibiciones, pues tenemos constancia de que todavía en el S. XVI son admitidas toda serie de chanzas en la iglesia con motivo de algunas celebraciones litúrgicas, y defendidas no ya por clérigos chabacanos e incultos, sino también por grandes predicadores que son igualmente teólogos y de moral intachable, pues la tradición antigua permitía la risa y las burlas licenciosas en el interior de la iglesia durante la Pascua, la Navidad, y toda otra serie de fiestas litúrgicas como el Pentecostés, Todos los Santos, funerales, misas por el alma de algún difunto, etc. Y es que varias son las causas a las que podemos atribuir esto, pues, al ver como perduran todavía a finales de la Edad Media toda esta serie de rituales, e incluso en el contexto litúrgico, no podemos por menos de admirarnos, y sobre todo después del gran empeño que la Iglesia oficial había puesto en erradicarlas. Para Mijail Bajtin:


  1. "Esta circunstancia se explica, a mi entender, por las siguientes razones:

  2. 1) La cultura oficial religiosa y feudal de los siglos VII y VIII, e incluso IX, era aún débil y no se había formado completamente.

  3. 2) La cultura popular era muy poderosa y había que tomarla en cuenta forzosamente; se utilizaban incluso algunos de sus elementos con fines "propagandísticos".

  4. 3) Las tradiciones de las saturnales y de otras formas cómicas populares "legalizadas" en Roma, no habían perdido su vitalidad.

  5. 4) La Iglesia hacía coincidir las fiestas cristianas con las paganas locales relacionadas con los cultos "cómicos" (con el propósito de cristianizarlas).

  6. 5) El nuevo régimen feudal era aún relativamente progresista, y, en consecuencia, "relativamente" popular. Bajo las influencias de estas causas, una tradición de tolerancia ("relativa", por supuesto) respecto a la cultura cómica popular existió en el curso de los primeros siglos. Esta tradición persistió, aunque se vio sometida a restricciones cada vez más grandes. En los siglos siguientes (incluso el XVII) era habitual defender la risa invocando la autoridad de los antiguos teólogos y clérigos."

BAJTIN, M.: La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento, págs. 73-74.

 

Tenemos pues ya atestiguados toda una serie de espectáculos que se realizaban en las iglesias, nos falta ahora saber que clase de actos deshonestos eran los que se realizaban en ellos.

El documento que más claramente habla sobre una serie de obscenidades que el sacerdote realizaba durante la misa con motivo de la Fiesta Pascual, es un ejemplar publicado en 1518 en Basilea. Tanto en la carta de Escolampadio, dirigida a un tal Capito, como en la de éste a Cándido, encontramos parte de lo que andamos buscando.

En la epístola de Capito a Cándido leemos lo siguiente:

  1. "El motivo (por el que se critica a Escolampadio) es que éste no aterroriza con la voz y con el tumulto de los gestos a las mujercitas (...), ni con fingidas amenazas, ni con trueno Salmoneo. Además, en lugar de ser válido, es decir de contar chascarridos y hacer bromas tomados en préstamo en las cocinas, renuncia obstinadamente a hacer tales cosas. No empuja a los oyentes a reír desenfrenadamente mientras anuncia a Cristo ni bromea con palabras obscenas ni, imitando a uno que se masturbe -como un histrión-, presenta a la vista cosas que los cónyuges suelen ocultar en su dormitorio y que conviene hacer sin testigos."

En: JACOBELLI, M. C.: Op., cit., págs. 19-20. Ver también notas 10 y 11 a pie de página

Por Escolampadio sabemos:

  1. "Tu sabes, doctísimo Capito, que entre los retóricos algunas facecias eran de palabra, algunas de acción otras de ambas cosas; y entre todas ellas, algunas eran vulgares, dignas de un mimo y de los teatros e indignas de un hombre honesto y mucho menos de un eclesiástico y de un teólogo; (...). ¿Cuáles crees que prefiere nuestro repugnante fantoche (...). Acaso arrancan la risa cambiando una sílaba? (...), ¿o con la inversión de palabras, la traducción, la interpretación, la hipérbole o con otros métodos que tú bien conoces gracias al estudio de los libros sagrados?. (...). Y esto no es suficiente si no se imitan con todo el cuerpo los gestos de los histriones y no se mezclan palabras sucias, impertinentes y ofensas al pudor; no es suficiente si previamente el predicador no ha actuado como un histrión ambulante durante casi toda la celebración, representando toda las turpitudes y olvidando su estado." (Ibídem, págs. 24-25.)


Incluso enumera algunos de los actos, los que su pudor le permite contar.

Escolampadio dice así:

  1. "(...) aquel Morión que, después de haber estrangulado a una ternera -decía él-, fingía parir otra con un gran griterío disparatado; o como aquel que fingía ser idiota y se arrastraba y con la boca retorcida enaltecía las virtudes del estiércol; o, siguiendo con sus estulticias, aterrorizaba con silbidos a los que le decían que se alzara; o que durante la predicación (...)." (Ibídem, pág. 25.)


 

Creemos que son suficientes los datos para no dudar ya de que el elemento obsceno era inseparable del acto litúrgico de la misa pascual, pues Jacobelli, gran conocedora y estudiosa del documento al que nos referimos, no duda a la hora de enumerar las obscenidades que tenían lugar, tales como:

  1.  "... palabras lascivas; ofensas al pudor; imitación del acto sexual; comportamiento onanista o bien (quizá) homosexual." (Ibídem, pág. 29.)

 

Esto era lo que pasaba el día de Pascua de Resurrección en el interior de la iglesia, no obstante, la citada autora también llega a la conclusión de que todos estos actos que formaban parte de la liturgia pascual, tienen su prehistoria, no siempre siendo "paschalis", pero si siendo siempre utilizados por el sacerdote, u otra persona que asume esta tarea, y siempre mediante palabras o actos definidos como lascivos.

Es, quizás, también por ello, por lo que existen algunas otras celebraciones en las que se pueden ver los mismos componentes. Entre ellas podemos citar "La Fiesta de los Locos". Por lo que respecta a ésta, y por las noticias que de ella han llegado hasta nosotros, toda serie de licencias eran permitidas, haciéndose incluso en el altar:

  1.  "...Tragaldabas y borrachines aparecían sobre el altar, se hacían gestos obscenos, etc." 

  2. BAJTIN, M.: Op., cit., pág. 72. El citado autor estudia ésta a través de las obras de F. Bouquelot: El oficio de la Fiesta de los locos, Sens, 1856; H. Velletard: Oficio de Pedro de Corbeil, París, 1907; y Observaciones sobre la Fiesta de los locos, París 1911, del mismo auto; y llega a la conclusión de que durante ésta: “El aspecto burlón y denigrante estaba profundamente ligado a la alegría de la renovación y al renacimiento material y corporal.” Teniendo sus antecedentes inmediatos al principio de la Edad Media.


De ella tenemos ya noticias en 1220, en que el arzobispo de Sens, Pierre de Corbeil, celebraba misa según un ritual pagano, y durante su transcurso los asistentes lanzaban el grito de gozo de las bacanales: ¡Evohé! ¡Evohé! (FULCANELLI: El misterio de las catedrales, pág. 54.) Pero el origen de la fiesta, sin tener ya en cuenta sus posibles raíces en otras fiestas paganas, es preciso ir a buscarlo a los primeros años del cristianismo. Este dato nos lo proporciona una apología del S. XV sobre esta fiesta (BAJTIN, M.: Op., cit., pág. 72. Ver también nota 2 de pie de página.), por la que sabemos que sus defensores se apoyan para su defensa, en que fue instituida en los primeros siglos del cristianismo por antepasados que sabían muy bien lo que hacían. Posteriormente se seguirá invocando la autoridad de los sabios y teólogos de la Edad Media que habían autorizado todo esto.

Por lo que respecta a nuestro ámbito geográfico, sabemos que en la Península tenían lugar también toda una serie de festividades, en donde las imágenes del cuerpo, de contenido extremadamente licencioso, estaban consagradas por la tradición:

  1.  "...figuraban obligatoriamente en la procesión solemne: monstruos (mezcla de rasgos animales y humanos), (...),gigantes de la tradición popular, (...). multitudes de jóvenes que ejecutaban danzas evidentemente sensuales (una zarabanda bastante indecente en España); después del paso de las efigies, llegaba el sacerdote con la hostia; al final del cortejo venían coches decorados con cómicos disfrazados, lo que en España se llamaba "la fiesta de los carros". (...). ..., esta procesión tradicional, claramente carnavalesca, tenía una predilección muy marcada por la representación corporal. En España se representaban espectáculos dramáticos especiales para celebrarlo, llamados autos sacramentales".

 BAJTIN, M.: Op., cit., pág. 206


Después de los datos expuestos, vemos toda una serie de personajes muy característicos como: máscaras de demonios, monstruos (mezcla de rasgos animales y humanos), gigantes de la tradición popular, cómicos disfrazados y una multitud de jóvenes que ejecutaban danzas evidentemente sensuales. Hoy en día no tenemos datos para saber a ciencia cierta el tipo de "danzas sensuales" que se realizaban, pero sí tenemos constancia, por los textos, de otra serie de actos que tenían lugar: se hacían votos en las iglesias cantando, bebiendo y haciendo cosas lascivas. Se embriagaban y efectuaban juegos lascivos con el oso y con las danzarinas. Se realizaban danzas de saltimbanquis, gestos obscenos, y se recitaban poesías de amor y canciones amorosas, así como poesías lascivas y sermones jocosos, y tantas otras cosas deshonestas y de todos los tipos. Es así, también, como en la epístola de Capito leíamos lo siguiente:

  1.  "No empuja a los oyentes a reír desenfrenadamente mientras anuncia a Cristo ni bromea con palabras obscenas ni, imitando a uno que se masturbe -como un histrión-, presenta a la vista cosas que los cónyuges suelen ocultar en su dormitorio y que conviene hacer sin testigos."

JACOBELLI, M. C.: Op., cit., pág. 20.

 

Por todo ello Jacobelli no dudaba a la hora de enumerar las obscenidades que tenían lugar, tales como: "... imitación del acto sexual; comportamiento onanista o bien (quizá) homosexual." (Ibídem, pág. 29.)


 

Así pues, es indudable que el elemento obsceno era una característica constante en toda esa serie de festividades y actos litúrgicos que se celebraban durante toda la Edad Media, y que tenían como marco el contexto religioso de la Iglesia. A su vez, y de época más reciente, han llegado hasta nosotros toda esa otra serie de festividades que nos ponen en evidencia otra serie de actos y actividades que se realizaban en ellas.

Una de ellas, ya mencionada, era "El Primero Brigidero", celebrada en muchos lugares el día uno de febrero. Es el día de Santa Brígida, pero que corresponde, como ya vimos, a una antigua diosa llamada Brigder o Brigid, diosa del fuego y de la fecundidad; y a parte de ser un día en que se propician buenas cosechas constatándolo alguna canción conservada (que es un puro conjuro contra el pedrisco), hecho muy curioso es la aparición de un joven disfrazado que representa a la Santa y simula un parto, en el cual la Santa da a luz un muñeco. (DEL OLMO GARCÍA, A. y VARAS VERANO, B.:: Románico erótico en Cantabria, pág. 96.)

Una festividad semejante tiene lugar también durante el transcurso de muchas mascaradas relacionadas con el primero de año y con el Carnaval. En Vera de Navarra y en otros pueblos vasco-españoles, durante el Carnaval salían comparsas en las que se veía a un joven vestido de galán y a otro o varios vestidos de mujeres con un paquete en la mano que representaba a un niño recién nacido. En San Sebastián, durante la fiesta de dicho Santo era preciso que saliera un número considerable de hombres disfrazados de nodrizas (CARO BAROJA, J.: El Carnaval, págs. 204-205). Otra mascarada muy característica, esta vez de Asturias, es la de los "Guirrios"; en ella un personaje constante es el de la "Filaora", una vieja cuya misión es la de hilar, fingirse enferma y parir. En Obona (Tineo) se sacaba también a un muñeco que representaba a un recién (Ibídem, pág. 218.). Un mayor contenido ritual, no cristiano, se quiere ver en la mascarada de Campo de Caso, en la que un hombre disfrazado de vieja, "Marica", acompañado de otro que figuraba como su marido, aparecía en un estado de preñez avanzado, la vieja fingía los dolores del parto, y frente a una hoguera se figuraba éste; al final Marica paría un gato. (Ibídem, pág. 221.)

Pero no es solamente en nuestra geografía, algo similar pasaba también durante el Carnaval que tenía lugar en Roma por el año 1788. La descripción de éste nos llega a través de Goethe, el cual recuerda una escena muy significativa que tenía lugar en una calle lateral en la que se veía un grupo de hombres disfrazados de campesinos y otros de mujeres. Una de las mujeres presentaba signos de evidente embarazo. Se produce de repente una disputa entre los campesinos que rodean a la embarazada, ésta, espantada ante los cuchillos, sufre en plena calle los primeros dolores del parto empezando a gemir y a contorsionarse. El resto de las mujeres la auxilian, y enseguida trae al mundo una nueva criatura. (En: BAJTIN, M.: Op., cit., pág. 222.)


La mayoría de estas fiestas han perdurado hasta el S. XX, pero a partir de mediados del XIX hubo una tendencia general a desterrar los usos y costumbres tradicionales en conjunto, y a la par su sentido debió de modificarse con relación al que tenían aún a fines del S. XVIII. Por otra parte, es muy difícil poder precisar con claridad la fecha en que cabe afirmar que los ritos y festividades ofrecían ya una fisonomía parecida a la que han conservado hasta la Edad Contemporánea, pero se puede afirmar que en las postrimerías de la Edad Moderna estaban fijados ya los modelos, y que en una época muy remota de este mismo período ofrecían ya los rasgos más importantes que las caracterizaban. No cabe duda tampoco de que, en gran proporción, todas estas prácticas se ajustan a modelos muy viejos, y aunque algunos han desaparecido, existen todavía toda una serie de ritos y costumbres que nos están remitiendo a otras que por las mismas fechas se celebraban, aunque es preciso hacer hincapié también, que existen en ellas toda una serie de elementos de nuevo cuño que se fueron añadiendo con el pasar del tiempo.

A pesar de todo, no se puede olvidar que ya desde la Antigüedad existían toda una serie de fiestas con fines preservativos, fecundantes, etc., y que es precisamente del S. III al VI o VII, cuando se lleva a cabo un proceso de ajuste de dichas fiestas, válido para toda o casi toda la cristiandad, y que este proceso de ajuste implica una adaptación o acomodo general de acuerdo con unos principios de sincretismo, más o menos populares, más o menos vigilados por la Iglesia misma. El hecho de que estas mascaradas, condenadas en principio como residuos de paganismo, se hallen vinculadas luego aquí y allá, y al Carnaval, da apoyo para defender esta tesis, y para defender que la operación sincrética implica una ordenación de valores que no pueden ajustarse a reglas mecánicas y absolutas.

Es también al observar el ritmo festivo del calendario cristiano de mediados de Diciembre a comienzos de Marzo, y compararlo con el pagano de los últimos tiempos del Imperio, cuando nos damos cuenta de ello, pues se observa toda una serie de correspondencias entre ellos muy significativa, pudiendo decir que lo que en realidad se produce, es un cambio de nombre en cuanto a la denominación de la fiesta, pero no en cuanto a su naturaleza y a los actos y ritos que en ellas se realizan, que nos recuerdan antiguos ritos mantenidos y transformados por la Iglesia Católica, en su afán de borrar ancestrales costumbres paganas, haciendo coincidir con las mismas, y como ya vimos, nuevas festividades relacionadas con la liturgia y el santoral cristiano. Si bien ya apuntamos que muchas de ellas coinciden más en el fondo que en la forma, son todas ellas de marcado carácter popular, que coinciden normalmente con el fin de un período de tiempo y el principio de otro nuevo, siendo éste el momento de las purificaciones periódicas y de la regeneración periódica de la vida. Es opinión, hoy en día cada vez más generalizada, que gran número de fiestas paganas, convertidas en tradiciones, fueron tamizadas por la religión cristiana a través del Medievo que las despoja de su contenido orgiástico y sexual, pero conservando en parte sus signos erótico-sexuales-reproductivos ancestrales.


Para Caro Baroja todo ello se debe a que:

  1. "...los intereses dominantes de la sociedad que celebró unas fiestas se ajustan a un esquema muy parecido al que mantuvo una sociedad que había cambiado de credo (...), pero que seguía trabajando, amando, creciendo y multiplicándose de modo igual. El gran hecho histórico y social que supone la ordenación del Carnaval es el de que todos los viejos rituales paganos quedaron, sino adscritos a él de modo fijo, sí en un período determinado y ajustado al santoral de un modo general, homogéneo para todo el Occidente cristiano al menos (...). Otros paralelismos cabría encontrar que nos hacen suponer transmisiones realizadas en épocas obscuras y que dieron por resultado una homogeneidad folklórica que, a primera vista, parece extraordinaria, pero que no ha de extrañar al que sepa algo de como se difundieron durante la Edad Media estilos arquitectónicos, formas poéticas, etc..."  (CARO BAROJA, J.: El Carnaval,, pág. 151.)

 

Para Mijail Bajtin es también en la cultura popular, en sus fiestas, en donde mejor podemos rastrear estos acontecimientos, pues si tomamos como ejemplo el Carnaval, el núcleo del sistema de las imágenes carnavalescas ha sobrevivido durante siglos, como nos lo demuestra el Carnaval de Roma narrado por Goethe, el cual ha logrado aprehender y formular los rasgos esenciales del mismo, con un interés por el estilo particular de simbolismo realista inherente a esas formas. (BAJTIN, M.: Op., cit., págs. 219 a 222.)