San Juan Bautista de Nogales de Pisuerga








Se encuentra situada esta iglesia al Sureste de la zona que nos ocupa, al Sur de la zona de Aguilar, cerca de Alar del Rey, en las márgenes del Pisuerga, casi en la línea fronteriza con Burgos, y a muy pocos Kilómetros de la iglesia burgalesa de Rebolledo de la Torre.


No tenemos cronología atestiguada, y casi todos los arcos de la iglesia son algo apuntados. No obstante, tanto su ábside, como la linterna, son claramente románicos.

 


  
 

 






EL ÁBSIDE

 

El ábside es semicircular, y muestra los muros del presbiterio algo salientes. Los canecillos del presbiterio Sur han desaparecido, al haberse adosado posteriormente una nueva construcción, siendo los canecillos que quedan, y que están ubicados en éste, los más interesantes para nosotros, ya que creemos que éstos, tanto por su talla como por su iconografía, se pueden incluir dentro de nuestro estudio iconográfico.

En su interior, en uno de los capiteles del arco triunfal, vuelve a repetirse el tema de Daniel entre los leones.

 

 

CANECILLOS DEL ÁBSIDE


Al haber desaparecido los canecillos del presbiterio sur, ya dentro del semicírculo absidal, tenemos:


 

 

 

Can.Abs. I: Motivo geométrico.

Can.Abs. II: Liso sin decoración.

Can.Abs. III: Figura humana muy erosionada.

Can.Abs. IV: De difícil identificación por el estado

de erosión en que se  encuentra.

Can.Abs. V: Posible andrógino.

Can.Abs. VI: Motivo de piña.

Can.Abs. VII: Liebre o conejo agazapado.

Can.Abs. VIII: Figura humana con el rostro completamente destrozado, parece encontrarse arrodillada.

 

 


 


 

 


Cierran la serie de estos canecillos del ábside, siete canecillos más, y mientras el Can. Abs. IX es animalístico, y geométrico el que le sigue, el resto están demasiado deteriorados y destrozados, para poder identificarlos.

 

 

 

 

 


 

CANECILLOS DEL MURO NORTE


Bajo el alero del muro norte nos encontramos también con una serie de canecillos, pero que, o bien parecen tener una cronología posterior, o ser reposiciones. Nos da pie para afirmar esto, el que además de diferenciarse perfectamente por su iconografía, se encuentran en muy buen estado, no siendo lógico que los del ábside aparezcan completamente erosionados, hasta tal punto que se han perdido la mayoría de los datos por los que podíamos dar una clasificación aproximada, y que estos,  aún encontrándose bajo el alero del muro norte, zona siempre más azotada por las inclemencias del tiempo, se encuentren tan bien conservados.


 






Son en total veintidós, pero de ellos sólo los diez primeros muestran alguna iconografía, animalística, geométrica o antropomorfa (los menos y sin ningún interés para nuestro estudio), el resto de los canecillos son lisos sin decoración, al igual que los albergados bajo el alero del muro sur de esta misma iglesia.

 

 


 

 






Por lo que respecta a aquellos que pudieran estar recordándonos una plástica más primitiva, tenemos en el Can. Abs. III una figura humana, pero muy erosionada. Con el rostro completamente destrozado y abultado vientre, no podemos apreciar si va desnuda o vestida. Los brazos le caen a ambos lados del cuerpo, pero tiene el antebrazo y las manos completamente destrozadas, por lo que no sabemos la actitud en que se encuentra. No obstante, da la sensación de que se encuentra sentada, reposando, lo que en su día fueron las manos, sobre su regazo.

 


 

 



De muy difícil descripción de nuevo, por el estado de erosión en que se encuentra, es la representación que nos ofrece el Can. Abs. IV. Al primer golpe de vista parece tratarse de un monstruo andrófago, pero, al fijarnos más detenidamente, podemos darnos cuenta que en su día bien pudo ser la representación de una figura humana, tal vez varonil, pues parece que quedan restos de lo que fue una poblada barba. Así mismo, en ese rostro, hoy en día completamente desgastado por la erosión, se pueden percibir las huellas de lo que en su día fue la boca, nariz y ojos. Da la sensación de encontrarse sentado e ir desnudo, pues quizás quedan restos de rasgos itifálicos. No sabemos la actitud en que se encuentra, pero parece que con la mano izquierda sujeta algo contra su pecho.

 

 


 

 

 





En el Can. Abs. V nos volvemos a encontrar en la misma situación que en la de los dos canecillos que le preceden, pues el estado de erosión en que se encuentra es tan avanzado, que no sólo se hace difícil la descripción, sino también la clasificación. Lo que no cabe duda es de que vuelve a tratarse de una figura humana, está sentada con las piernas un poco entreabiertas, por lo que a través de ellas podemos observar lo que podría ser su vulva, lo que nos da pie para afirmar que va desnuda. No obstante, si nos fijamos en su rostro, éste, aunque completamente desgastado por la erosión, da la sensación de que en su día pudo lucir una poblada barba, por lo que entonces nos encontraríamos ante una figura varonil, con la cabeza un poco alzada hacia arriba, como dirigiendo su mirada hacia el cielo. Los brazos le caen a ambos lados del cuerpo, sin poder tampoco precisar la actitud que mostraría con ellos. Vemos pues, que son muy pocos los datos que nos quedan para poder asegurar algo concreto, y por lo descrito anteriormente, son más las dudas que tenemos sobre lo que pudo representar la composición, que las certezas.



Sigue a éste, en el Can. Abs. VI, un motivo de piña, para encontrarnos en el contiguo, Can. Abs. VII, con una liebre o conejo agazapado.


 

 


 

 


El Can. Abs. VIII vuelve a presentar una figura humana, que tiene el rostro completamente destrozado, por lo que no podemos saber si se trata de un hombre o mujer. Da la sensación de que va vestida y de encontrarse arrodillada. Presenta también un abultado vientre que abarca con sus brazos, hasta juntar la punta de sus dedos en la parte delantera. Es curioso observar el óvalo engendrado por los dedos pulgares e índices, como queriendo formar intencionadamente un determinado signo, que pudiera tener un significado concreto, que hoy en día se nos escapa.

 

 



EL INTERIOR


Ya en el interior, volvemos a encontrarnos en el Cap. Izdo. Arc. Tr. la escena de Daniel entre los leones, que viene a sustituir en la segunda mitad del S. XII al motivo de leones, andrófagos o no.