Santa María de Yermo












Es también de destacar en esta misma zona de la Cuenca del Besaya, la iglesia de Santa María de Yermo, estando su cronología atestiguada por lápida de consagración, y por la que sabemos que su plástica estaría a caballo de esa mitad de la duodécima centuria, siendo por ello muy interesante para nuestro estudio, pues ella nos atestigua la pervivencia de algunos motivos iconográficos que, no obstante, ahora empiezan a ser tratados de distinta manera, inmersos en un conjunto cuya plástica está aludiendo a un mensaje que entra de lleno en la ortodoxia tradicional de la iconografía románica, lo que llevará consigo un posible cambio de significado, pues ya en los capiteles de la portada sur vemos aparecer la iconografía del demonio que hasta ahora había brillado por su ausencia en las iglesias de cronología más temprana tratadas por nosotros.

 

 

 

Para García Guinea parece indudable que simbolizan una escatología especial relacionada con la lucha entre vicios y virtudes, en la que se puede ver la intercesión de la fe o de la iglesia, llegando tal vez el conjunto a simbolizar la guerra abierta entre la ortodoxia y la heterodoxia, hecho que no sería de extrañar y que podría estar simbolizado por ese nuevo tema iconográfico, que hasta ahora no había aparecido en nuestro contexto, como es el de San Jorge luchando con el dragón.

 

 

 




 


 

 

 

 
 El muro meridional presenta su alero recorrido por una serie de veintidós canecillos entre los que podemos ver unos cuantos emparentados por su iconografía con la temática tratada en nuestro estudio. Son estos el Can. S. VIII que representa a un juglar tocando el rabel, seguido del Can. S. IX en el que nos aparece la figura de una juglaresa tocando pandereta cuadrada, y que parecen acompañar con su música al saltimbanqui o contorsionista del Can. S. X, y que se contorsiona hasta llegar con la cabeza hasta los pies.





En el Can. S. XI podemos ver ya a ese personaje masculino, desnudo y sentado, que en actitud posiblemente onanista se lleva una mano al falo, mientras que con la otra se toca la barbilla, siguiéndole a continuación el Can. S. XII en el que podemos ver la iconografía del monstruo andrófago con orejas de murciélago, grandes fauces abierta y afilados dientes, que engulle hasta el vientre a un personaje desnudo.

 

 

San Pedro de Cervatos


 

 Sigue a éste la representación de otro hombre desnudo, sentado e itifálico, en actitud de llevarse algo a la boca, cuya identificación se nos hace difícil al no poder precisar con exactitud de que se trata, no obstante, por las semejanzas con uno de los canecillos de San Pedro de Cervatos, pudiera ser quizás una "autofelatio",  éste ocupa el Can. S. XIII, mientras que en el Can. S. XIV se representa a una mujer vestida, tocada y sedente, con un libro abierto sobre su regazo.

 

 

 



 

 
  





En el Can. S. XV nos aparece ahora esa mujer de piernas levantadas que sujeta por las corvas, y muestra su sexo, mostrándonos el canecillo contiguo, Can. S. XVI, a una pareja de pie abrazándose.

 

 

 

 

 



 






Otra pareja también de pie es la que nos aparece en el Can. S. XVII, una de las figuras parece ir disfrazada de diablo, pues lleva sayal corto, una espada levantada en su mano derecha, y un tocado que parece llevar cuernos más que tratarse de orejas. A ésta se le abraza una figura femenina tocada, situada a su izquierda, vestida con larga túnica hasta los pies ceñida con cinturón.

 

 







La iconografía de la mujer desnuda con serpientes que se enroscan en su cuerpo y maman de sus pechos, hace su aparición en el Can. S. XVIII, pero ahora, a su izquierda, aparece una figura diablesca que parece querer meter una especie de gancho por la boca de la mujer ya bastante atormentada.

 

 

 


 




Una iconografía completamente nueva, por lo que respecta a nuestro ámbito geográfico y cronológico, pero que después se repetirá continuamente como símbolo del vicio de la avaricia, es la representada en el Can. S. XIX. Es ésta la figura del avaro de pie, con su bolsa colgada al cuello, en su mano derecha porta una especie de cajita, mientras que en la otra lleva una balanza. A su izquierda de nuevo vuelve a aparecer la figura del demonio con una especie de palo o tridente, que mete en la boca del pecador.




 





Iconografía también nueva, no ya por el tema en sí, sino por la forma en como se representa, es la que ocupa el Can. S. XX, pues en él vemos la iconografía del coito, ya representada en iglesias anteriores, pero que ahora más que representarlo en toda su crudeza, atendiendo más que nada al acto en sí, y presentando en primer plano el gran falo que ha penetrado en la vagina de su compañera, es evocado más que plasmado. En él vemos a una pareja de perfil con los rostros de frente, cabalgando la mujer, pues luce toca, sobre los muslos de su compañero medio en cuclillas, que la sujeta por la cintura.

 

Cierra esta secuencia de veintidós canecillos un águila que tiene entre sus garras a un animal, y a continuación un motivo de dos bolas enganchadas en el Can. S. XXII.


Se ha querido ver en esta serie de canecillos del alero sur distintas secuencias que muestran aspectos de sumo interés interpretativo, transcribiendo los tres primeros el tema de las puntas de diamante y rombos. En los cuatro siguientes se ha querido ver representada la ocupación e la caza dentro de la vida campesina, mientras que con el octavo empezaría otra serie de tres dedicada al mundo de la juglaría.


En el canecillo número once comenzaría otra secuencia de simbología moral, en la que vemos representados distintos vicios y a los pecadores atormentados. Estaríamos pues ante ese cambio de significado del que hablamos, teniendo que la iglesia ortodoxa comienza una dura crítica y condenación de ciertas prácticas de uso común, y a través de la misma iconografía que hasta ahora se venía representando.


Pero es la misma forma en como ésta se trata, otro de los motivos que nos dan pie para afirmarnos cada vez más en ese cambio de significado. Nos encontramos ahora con una serie de escenas cuyo tratamiento nada tiene que ver con el de iconografías semejantes de momentos anteriores. En las composiciones de Santa María de Yermo aparecen minúsculopersonajes cuyos miembros guardan una proporción dentro del conjunto. Han desaparecido ya esos órganos genitales masculinos y femeninos exagerados e intencionadamente resaltados, ahora lo único que se representa es a dos figuras diminutas en semejante actitud, pero sin darse tampoco esa contigüidad de aparición.




La representación del coito ha sufrido también una notable transformación, y lo único que nos hace pensar que estamos ante un coito o acoplamiento, es la postura en sí, que raya en un realismo absoluto. Si a todo esto le añadimos el contexto en que están inmersos, en donde hace por primera vez su aparición la figura del demonio atormentando a su presumible víctima, y toda otra serie de imágenes relacionadas con el santoral cristiano, es bien claro el cambio de significado que todo esto ha sufrido.


Iconografía que puede recordarnos momentos anteriores es otra pareja en postura de coito, muy semejante en todo a la anteriormente descrita, y que aparece representada en uno de los canecillos del semicírculo del ábside. Si contamos los cuatro canecillos que se albergan en el presbiterio sur, éste se correspondería con el Can. Abs. XIV.

 

 

 

 
 

 


 

  






El semicírculo absidal presenta una única ventana en su parte central, de arco de medio punto que apoya en capiteles.

 

 







Su capitel izquierdo es historiado y tratado de una forma muy costumbrista. Es ahora una pareja abrazada que parece acariciarse y a punto de besarse. En el esquinal una figura más pequeña, y que junta sus manos sobre el vientre, parece contemplar la escena. Ya en la parte más interna hace su aparición otra pareja como en actitud de marcha, siendo conducida la mujer por un hombre que porta espada.