II. 1.3   EMBARAZOS Y PARTOS

 



Si bien la figura de la embarazada sólo se puede intuir en Cervatos entre los canecillos situados bajo el alero norte, sí es claro el momento del alumbramiento en el canecillo nº XIII del ábside de esta iglesia. 

 


Aquí, la mujer se encuentra cabeza abajo y se lleva las manos a las mejillas; tiene los ojos abiertos y sus facciones son de lo más naturalistas. Va desnuda, y sólo en los pies se aprecian una especie de botines. Entre las piernas separadas se encuentra un pequeño personaje que puede interpretarse como el recién nacido que acaba de salir del seno materno; éste, con las piernas encogidas, apoya los pies en el bajo vientre de la mujer.





Por lo que respecta a los embarazos, iconografía de este tipo nos la encontramos en Bárcena de Pie de Concha, Revilla de Santullán y San Lorenzo de Pujayo. En cuanto a los partos, podemos verlos, aparte de Cervatos, en Villanueva de La Nía y San Juan de Raicedo.

Las representaciones del primer grupo son todas ellas de una iconografía muy similar, pudiendo decir sin miedo a equivocarnos que lo que en ellos se representa es a la mujer embarazada, mostrando alguna de ellas una actitud muy típica como es la de llevarse las manos a ambos lados de la barriga y mirar su abultado vientre, llamando de esta manera la atención del espectador sobre el estado en que se encuentra.

El desnudo es constante, no dan muestras de cubrir su cuerpo con ninguna vestimenta, solamente la de Revilla de Santullán da la sensación de que cubre su pecho con una especie de corsé. Parece que se tratan todas ellas de mujeres casadas, pues cubren su cabeza con la toca característica que las diferencia. Ocupando totalmente la superficie del canecillo, no obstante, no todas ellas se encuentran en la misma actitud ni posición.

Es curioso observar, también, la posición que mantiene esa mujer embarazada de Revilla de Santullán, pues se encuentra en posición invertida, siendo difícil para nosotros llegar a alcanzar el por qué de esta posición, ya que no es debido a una errónea colocación del canecillo (como en un primer momento pudiera pensarse), pues éste aparece bien colocado si nosfijamos en como están los otros, la única explicación posible es que el artista quisiera indicarnos de esta manera que la mujer no se encuentra de pie sino echada.


En cuanto a aquellos en los que el momento del alumbramiento es patente, no cabe duda que, al igual que en Cervatos, podemos verlo en la iglesia de San Juan Bautista de Villanueva de La Nía.

 

Así, en uno de los canecillos del ábside vemos, sin lugar a dudas, una escena de parto captada justamente en el momento en que la criatura asoma su cabeza al mundo exterior. La mujer, de nuevo casada pues luce toca, se encuentra completamente desnuda, pues sus senos están ostensiblemente marcados.



Parece que está sentada y se agarra con las manos a una especie de barra, o parte superior del respaldo de una silla, situada por encima de su cabeza. En la parte inferior del canecillo una cabeza asoma ya por la vagina dilata da de la mujer, siendo la representación de lo más realista.

 





En San Juan de Raicedo, en un canecillo que se encuentra en el tejaroz de la portada norte, esta iconografía se vuelve un poco más dudosa, pues nos es difícil su lectura por el estado de deterioro en que se encuentra el canecillo. No obstante, todo parece apuntar hacia una figura humana sedente y al parecer desnuda. Las piernas las tiene hacia arriba, y debajo muestra un gran abultamiento que, por su forma volumétrica, más parece corresponder a una cabeza humana que a los genitales del personaje representado. Por todos los datos que aporta su lectura, pensamos que nos encontramos ante una parturienta justo en el momento de dar a luz, cuando el recién nacido ha logrado sacar parte de su cuerpo del seno materno.




No cabe duda de que son pocos los ejemplos con que contamos, y pocas también las iglesias en que aparecen; sin embargo, tanto San Pedro de Cervatos como Villanueva de La Nía son dos de las iglesias más representativas de esta iconografía, y por tanto es preciso tenerla en cuenta; no ya sólo porque nos está indicando de que existe, sino también porque se encuentra dentro de un contexto con el que se relaciona y está íntimamente implicada, adquiriendo su validez gracias a su integración en el conjunto.


Llegado a este punto, no nos cabe la menor duda de que éstos pueden ser algunos ejemplos representativos de toda una iconografía hoy perdida a través de los siglos, pero que sin duda tuvo que existir en todas estas iglesias que estamos tratando (y en las desaparecidas de esa primera mitad del S. XII), pues en todas ellas los motivos iconográficos más representativos se repiten sin apenas variaciones.


Por otra parte, si por la bibliografía consultada poco sabíamos de la existencia de representaciones como pudiera ser el coito, en iglesias de otros ámbitos geográficos, muchos menos son los datos que tenemos de esta iconografía. Creemos que la falta de noticias sobre ella pueda deberse a que, si bien los otros temas tratados pudieran ser enfocados de una manera unilateral como la representación del pecado dentro de un programa moralizante, ésta sin embargo no da pie para ello, pues nada hay en la gestación y nacimiento de una nueva vida que pueda implicar pecado. Nos encontraríamos de este modo ante un ciclo muy determinado, en el que cada una de estas iconografías supone un eslabón en la cadena de la procreación.


Las Fuentes

Al bucear en las fuentes, es precisamente a través de la cultura popular y de toda una serie de fiestas que hunden sus raíces en tradiciones muy antiguas, en donde nos encontramos con toda una serie de acciones y actos relacionados con esta iconografía.

Ya hemos mencionado anteriormente una festividad denominada "El Primero Brigidero", celebrada en muchos lugares el día uno de febrero. Es el día de Santa Brígida, pero que correspondía con una antigua diosa llamada Brigder o Brigid, diosa del fuego y de la fecundidad; y aparte de ser un día en que se propician buenas cosechas, constatándolo alguna canción conservada que es un puro conjuro contra el pedrisco, hecho muy curioso es la aparición de un joven disfrazado que representaba a la Santa y simulaba un parto, en el cual la Santa daba a luz un muñeco.

Semejante hecho tenía lugar también durante el transcurso de muchas mascaradas relacionadas con el primero de año y con el Carnaval. Así veíamos como en Vera de Navarra y en otros pueblos vasco-españoles, durante el Carnaval salían comparsas en las que se veía a un joven vestido de galán y a otro o varios vestidos de mujeres con un paquete en la mano que representaba a un niño recién nacido. También en San Sebastián, durante la fiesta de dicho Santo, era preciso que saliera un número considerable de hombres disfrazados de nodrizas. (CARO BAROJA, J.: El Carnaval, págs. 204-205.  Otra mascarada muy característica, esta vez de Asturias, era la de los "Guirrios"; en ella un personaje constante era el de la "Filaora", una vieja cuya misión era la de hilar, fingirse enferma y parir. En Obona (Tineo) se sacaba también a un muñeco que representaba a un recién nacido. (Ibídem, pág. 218) Un mayor contenido ritual, no cristiano, lo veíamos en la mascarada de Campo de Caso, en la que un hombre disfrazado de vieja, "La vieja Marica", acompañado de otro que figuraba como su marido, aparecía en un estado de preñez avanzado, la vieja fingía los dolores del parto, y frente a una hoguera se figuraba éste; al final Marica paría un gato. (Ibídem, pág. 221)

Vemos pues, que en todas estas mascaradas, diferentes entre ellas en la forma pero bastante similares en el fondo, existen puntos en común, como es en este caso la aparición de un hombre disfrazado de mujer, normalmente de vieja, en estado de preñez, y fingiendo a continuación el propio parto.

Así pues, no sería de extrañar que esta iconografía de embarazos y partos de nuestras iglesias bebiera en las mismas fuentes que esta otra que nos muestra el folklore, en donde todavía vemos a viejas embarazadas que paren en mitad de la fiesta.

Para Mijail Bajtin era también, como ya hemos apuntado, en la cultura popular, en sus fiestas, en donde mejor podemos rastrear estos acontecimientos, pues si tomábamos como ejemplo el Carnaval, el núcleo del sistema de las imágenes carnavalescas ha sobrevivido durante siglos, como nos lo demuestra el Carnaval de Roma narrado por Goethe, el cual ha logrado aprehender y formular los rasgos esenciales del mismo, teniendo que es a través de la escena del parto narrada, donde podemos ver todavía la puesta en escena de la riña y nacimiento, escena extremadamente significativa en donde se asocia asesinato y alumbramiento, imagen extremadamente característica de la concepción del cuerpo y de la vida corporal de la cultura popular (BAJTIN, M.: La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento. El contexto de Francois Rabelais, págs. 219-22),  pues todas las imágenes de la fiesta popular fijan el momento del devenir y del crecimiento, de la metamorfosis inacabada, de la muerte-renovación. En todas partes el acento está puesto en la reproducción: preñez, alumbramiento, virilidad (Ibídem, págs. 229-30), y esto es, porque la cultura cómica popular de aquel tiempo tenía una visión del mundo y del hombre completamente distinta a la que posteriormente imperará en nuestra época.


Así pues, la cultura popular se manifestará a través de un tipo de imágenes en donde lo cósmico, lo social y lo corporal están ligados indisolublemente, siendo otro rasgo indispensable su ambivalencia, los dos polos del cambio: el nuevo y el antiguo, lo que muere y lo que nace, estando el comienzo y el fin de la metamorfosis expresados en una u otra forma. Por eso en actos como el coito, embarazos y alumbramientos, el gran cuerpo popular revela su verdadera esencia como principio en crecimiento que traspasa sus propios límites; es un cuerpo eternamente creado y creador, un eslabón en la cadena de la evolución de la especie. (BAJTIN, M.: Ibídem, págs. 23 a 30)   Bajtin analiza, simplificadas, las líneas directrices de esta concepción original del cuerpo en la cultura cómica popular, que más ampliamente supone una concepción estética de la vida práctica, y a la que da el nombre convencional (según él mismo) de "realismo grotesco". Esta concepción, dice, alcanza su perfección en la genial obra de Rabelais, en tanto que en otras obras del Renacimiento se debilita y se diluye. Elementos de la misma podemos encontrarlos ya en bajorrelieves que decoran las catedrales, y a veces incluso las iglesias rurales de los siglos XII y XIII.

Es así como todas las imágenes de la cultura popular se esfuerzan por expresar la evolución, el crecimiento, la constante imperfección de la existencia, conteniendo así los dos polos de la evolución, el sentido de vaivén existencial, de la muerte y el nacimiento, pero sin existir el cadáver, es como en los organismos unicelulares, es la división en dos células; es así como se describen dos cuerpos en el interior de uno, el brote y la división de la célula viva. “...la vejez está encinta, la muerte está embarazada, todo lo limitado, característico, fijo y perfecto, es arrojado al fondo de lo "inferior" corporal donde es refundido para nacer de nuevo.” (BAJTIN, M.: Op. cit., págs. 52-53) De esta manera, muy frecuentemente la muerte se convierte en una mujer embarazada, produciéndose así la victoria sobre la propia muerte, su renovación y alegre transformación; es convertida en madre nutricia que devora para procrear algo nuevo; lo terrible terrenal se expande en voluptuosidades y nuevos nacimientos. (Ibídem, pág. 86-87)


También Bajtin cree encontrar en la plástica este concepto en las famosas figuras de terracota de Kertch, conservadas en el museo de Leningrado. Entre ellas, apunta, se destacan "ancianas embarazadas", cuya vejez y embarazo son grotescamente subrayados, además estas ancianas ríen. Para el citado autor son la muerte en cinta, la muerte que concibe. Se combina en ellas el cuerpo descompuesto y deforme de la vejez, y el cuerpo todavía embrionario de la nueva vida. La vida en ellas es descubierta en su proceso ambivalente, interiormente contradictorio. (Ibídem, pág. 29)  Para éste, estos temas así tratados, sólo pueden plantearse y resolverse correctamente dentro del ámbito de la cultura popular de la Edad Media y la literatura del Renacimiento.

  1. “Para comprender la profundidad, las múltiples significaciones y la fuerza de los diversos temas grotescos, es preciso hacerlo desde el punto de vista de la unidad de la cultura popular y la cosmovisión carnavalesca; fuera de estos elementos, los temas grotescos se vuelven unilaterales, anodinos, y débiles.”

  2. (BAJTIN, M.: Op. cit., pág. 52)

 


Tendríamos, pues, que esta iconografía en donde vemos mujeres embarazadas, y hasta el momento determinante en el que de un cuerpo viejo se desprende otro nuevo, cobra una nueva dimensión dentro del ámbito de la cultura popular de la Edad Media, en que no cabe duda que estas gentes se movían, siendo a su vez los artífices de la misma.


Por otra parte, esta iconografía no puede contemplarse aislada. Ya para Bajtin era sólo una de las tendencias fundamentales de la imagen del cuerpo, a través de la que se exhibían dos cuerpos en uno, uno que da la vida y otro que es concebido, producido y lanzado al mundo. (BAJTIN, M.: Op. cit., pág. 30)  Pero existen también otra serie de imágenes con las que éstas se relacionan, y creemos que la más cercana a ellas es la del "coito", ya que, como anteriormente hemos mencionado, es precisamente esta iconografía la que realmente nos confirma la valoración positiva de dicho acto, pues no cabe duda que de éste se desprende un período de gestación y un nuevo nacimiento, y aquí, en este contexto, esos dos cuerpos, captados en todo su realismo, en el momento en que uno penetra en el otro, no se encuentran aislados, sino que se rodean de toda una iconografía que nos habla de mujeres en estado de gestación que lleva consigo el nacimiento de una nueva vida.

Incluso veíamos también al tratar el coito, como para Mircea Eliade lo que interesaba destacar era la estructura cosmogónica, en donde se tiene en cuenta todos los resultados de esta hierogamia, es decir, "la creación cósmica", en donde la unión marital es solamente un rito incorporado al rito cósmico, que adquiere su validez gracias a dicha integración. (ELIADE, M.: El mito del eterno retorno, págs. 31-32) Nos encontraríamos pues, de este modo, ante un ciclo muy determinado, en el que cada una de estas iconografías supone un eslabón en la cadena de la procreación, en función del desarrollo de la vida relacionado con el del año, pues, según el citado autor, al fin de un ciclo, o al principio del ciclo siguiente, tiene lugar una serie de rituales que se encaminan a la renovación del Mundo (ELIADE, M.: Mito y realidad, pág. 49), siendo la idea fundamental que:

  1.  “ (…) para acceder a un modo superior de existencia, hay que repetir la gestación y el nacimiento, pero se repiten ritualmente, (...)"  ELIADE, M.: Mito y realidad, pág. 87







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