III. 3 Liturgia y Tiempo Litúrgico

Ya hemos mencionado algunas veces a través de este trabajo, como desde los primeros siglos del cristianismo, y procedentes de los ritos paganos, era costumbre que el pueblo celebrara toda una serie de festividades, recriminadas duramente por los santos Padres de la Iglesia a través de sus escritos, y por ellos sabemos que el paso de una época a otra se ha producido, pudiendo ser rastreadas incluso a lo largo de toda la Edad Media, con un carácter eminentemente religioso.

 

 

Es a partir del S. VIII, cuando el nombre de la citada fiesta se va perdiendo, no obstante, por un penitencial del S. XI redactado en el Monasterio de Silos, sabemos que fiestas muy semejantes seguían celebrándose, lo que nos atestigua que otras fiestas de marcado carácter religioso vinieron a sustituir a las anteriores, y si bien la Iglesia pudo marginar aquellas a través de un ajuste del calendario festivo pagano con el cristiano, todavía era muy pronto para poder desvincularlas de su contenido y manifestaciones.

Es por ello por lo que, si antes teníamos las Calendas de Enero, ahora tenemos la Natividad y las fiestas de San Sebastián, con las mismas manifestaciones, que ahora se asocian a otras festividades religiosas cristianas.

 


 

De ello nos hablaba claramente en el S. IX el obispo de Reims, Hincmarus, cuando nos decía que, con motivo de ciertos actos litúrgicos, los representantes de la iglesia tenían la costumbre de realizar toda serie de actos que estaban reñidos con las nuevas preceptivas de la ortodoxia cristiana, (Hincmari Archiepiscopi Rhemensis, Capitula Synodica.710 capitula presbyteris data, anno 852, cap. XIV, PL 125, p.776) y lo mismo seguía sucediendo en nuestra Península todavía en el S. XV, pues por uno de los concilios toledanos, celebrado en 1473, ya habíamos visto como en las iglesias, y con motivo de algunas fiestas muy señaladas, como eran la de la Natividad, San Esteban, los Inocentes, San Juan, etc., y otros actos litúrgicos, mientras se celebraban los sagrados oficios, se hacían toda serie de espectáculos teatrales de marcado carácter grotesco, deshonesto, y de todo tipo, recitándose poesías lascivas y sermones jocosos. (Conc. Toletanun, cap.XIX. En: JACOBELLI, M.C.: Risus Paschalis, págs. 54-55) 



Algo similar ocurría en la tradicional Fiesta de los Carros de nuestra península, en la que en la procesión solemne, además del sacerdote con la hostia, figuraban toda serie de monstruos de la tradición popular y multitud de jóvenes que ejecutaban danzas evidentemente sensuales. (En: BAJTIN, M.: La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento, pág.72)

También la obra anónima titulada "Veris ad imperia", nos confirma el carácter de algunas obras y música que tenían lugar en aquel tiempo, confirmándonos también que, aunque la iglesia ortodoxa se opusiera a todas aquellas prácticas que pudieran recordar toda esa serie de rituales que tenían lugar durante la Antigüedad, tuvo que asumir en un principio, que el pueblo siguiera celebrando las fiestas de invierno y primavera según ciertas ceremonias rituales anteriores al cristianismo.

 

 

 

 

De todo ello se desprende que los cristianos de nuestro contexto seguían celebrando unas fiestas que, si en principio estaban relacionadas con una divinidad pagana y de acuerdo con el calendario pagano, ahora todo eso, en la medida de lo posible, ha sido "cristianizado".

Y no puede extrañarnos, pues, como ya apuntamos varias veces, que nos encontremos en unos momentos críticos de cambio, en donde existen una serie de comunidades que se debaten entre lo que para ellas había sido hasta ahora el fundamento de toda su vida en relación con la Divinidad y la nueva ortodoxia impuesta por Roma.

Es por todo lo expuesto hasta ahora, por lo que no podemos pasar por alto que es precisamente La Fiesta, la que reúne a toda una serie de personajes que participan de ella, y la que nos entronca, por tanto, con otra cuestión como es la de "La Fiesta como contexto". Si comparamos dos textos ya mencionados, muy distantes entre sí en el tiempo, pero muy similares en cuanto a su contenido, vemos claramente no sólo a sus componentes, sino también el carácter de todos los actos que allí tenían lugar, pues ya San Isidoro de Sevilla recogía en sus escritos la existencia de algunos de estos y lo que en ellas se hacía:





"...Así los mismos hombres y lo que es peor los mismos fieles, durante este día, adquiriendo monstruosas apariencias se disfrazan a modo de fieras, otros toman aspecto mujeril, afeminando el suyo masculino. Algunos, a causa de la citada fiesta pagana, se manchan el mismo día con la servación de los augurios, hacen gritería y danzan cometiendo otra que es más torpe iniquidad, pues se unen los de uno y otro sexo formando cuadrilla, y la turba de depauperado espíritu se excita con el vino..."

De ecclesisticis officijs I, XLI: "Divi Isidori Hispalensis episcopi opera..." En CARO BAROJA, J.: El Carnaval, pág.172 

 


El otro texto data del S. XV, y ya habíamos mencionado como es muy ilustrativo, pues nos pone en conocimiento de toda una serie de acontecimientos semejantes a los que veíamos que tenían lugar en otros países, precisamente en el ámbito sagrado que constituía la iglesia, y que ilustran textualmente toda nuestra iconografía. El concilio toledano dice así:




"...ya sea en las iglesias metropolitanas, ya sea en las catedrales y en las demás iglesias de nuestra provincia, existe la costumbre por parte de algunos -sobre todo en la natividad de N. S. Jesucristo, de san Esteban, de san Juan y de los Inocentes, en otros días festivos y también en ocasión de misas nuevas- de introducir en la iglesia, mientras se celebran los sagrados oficios, espectáculos teatrales, máscaras, monstruos, elementos grotescos, y tantas otras cosas deshonestas y de todos los tipos; por si fuera poco, se hace bulla y se recitan poesías lascivas y sermones jocosos, de modo que el oficio divino queda interrumpido y el pueblo se aleja de la devoción."

Conc. Toletanum, cap. XIX. En JACOBELLI, M.C.: Op. cit., págs.54-55

 




Vemos pues, en primer lugar, la participación en ellas de toda una serie de enmascarados ya tratados por nosotros en el estudio iconográfico, y que no tienen nada que ver con seres fabulosos medio humanos medio animales, sino que tenían sus orígenes en otros enmascarados que venían haciéndolo desde la antigüedad con motivo de alguna fiesta de tradición pagana.

 

 

 

Más concretamente la veíamos emparentada con las "Calendas de Enero", por lo que respecta sobre todo a los primeros momentos, y que el paso a la Edad Media se había producido adquiriendo distintas denominaciones según las localidades, pero apareciendo siempre ligados a alguna festividad.

Ya en el citado estudio veíamos como Caro Baroja profundizaba en todo tipo de enmascarados del folklore español, y encontraba ciertos vocablos que se utilizaban para designar a cierto tipo de éstos, que poseen las siguientes significaciones: máscara o persona disfrazada; fantasma o espíritu terrorífico; insecto de feo aspecto.


 


El mismo apuntaba como es curioso señalar el paralelismo tan grande que existe entre estas significaciones con las de la latina "larva", que en singular puede significar máscara terrorífica en el teatro, como podemos ver en Horacio (Sat., I, 5, 64), o marioneta de aire fúnebre, según Petronio (Satir., 34-35)o en plural "larvae" expresa la idea de espectros maléficos de figura horrorosa, o de fantasmas; y larvas era también como los denominaba el moralista inglés Thomas de Cabham cuando nos decía que los hombres salían disfrazados de horribles larvas.

De esto se deducía que, si bien todos tenían en común ser enmascarados, no todos representaban lo mismo, ni tenían la misma función, ni por lo tanto significaban lo mismo, (Ver: La iconografía y sus fuentes. Los Enmascarados) pues es preciso tener en cuenta también el contexto del propio mundo pagano indoeuropeo, su concepción del mundo y de la vida, y por lo tanto su actitud frente a la divinidad. En éste el hombre es profundamente partícipe de la Naturaleza y de todas sus manifestaciones, ya le sean benéficas o maléficas, pues unas y otras son sólo la representación visible de las fuerzas celestiales o infernales, y con características y equivalencias particulares en cada caso, (URDIZ, G.: La magia de las runas, pág. 24) y esto es así, porque para este hombre no existe la idea de un bien o un mal, sino:

 

  1. " (...) una serie de manifestaciones _ propicias o no propicias _ que dependen estrechamente del comportamiento ritual, y por lo tanto de quien está calificado para cumplir con el rito..." (Ibídem)

 

Así pues, en un primer acercamiento a estos, los teníamos atestiguados por una parte como espíritus terroríficos, mientras que en otras aparecían como una especie de espíritus maléficos. 

 

Espíritu terrorífico sería en este caso el "zarramaco" de la mascarada cántabra que tenía lugar a finales de año, y que salía con motivo de la fiesta llamada de la "vijanera" o "viejanera", y su función era la de producir un ruido ensordecedor, para contribuir así a laexpulsión periódica de los demonios o malos espíritus. De aquí teníamos, que la función del zarramaco sería la de expulsar a las potencias del mal, o espíritus maléficos, a la entrada del nuevo año. Su significación sería pues la de "un espíritu benefactor que contribuía al bienestar del grupo".






Otros de estos espíritus eran los "zorromacos" (que no pueden confundirse con los zarramacos anteriores), y que iban vestidos de pieles y agitando un palo con vejigas, lo mismo que hacía en la provincia de Burgos el "colacho", que salía el día de Pascua de Resurrección con la cara tapada y un rabo de buey en la mano, con el que azotaba a la gente, espíritus muy semejantes a los lupercos de la Antigüedad, que nosotros denominamos espíritus fustigadores, cuyos golpes tenían una doble finalidad: purificación y efectos fecundantes, de este modo encarnaría de nuevo la figura de "un espíritu benefactor que propiciaría la purificación y la reproducción de las especies".




Y si esto era así, muy bien algunos de esos enmascarados que salen en nuestra iconografía pudieran estar representando a esos mismos espíritus que los otros desean desterrar, gracias al ruido mágico producido por cencerros o carracas, haciendo entonces su aparición "un espíritu maligno símbolo de los males que acechaban a la humanidad"; o similares también a las "larvae" latinas con cuyo nombre se denominaba a espectros maléficos o fantasmas, y como eran denominados también por el moralista inglés Thomas de Cabham cuando nos decía que los hombres salían disfrazados de horribles larvas.


También, como nos demostraron las fuentes, en todas estas fiestas en las que se producían este tipo de espectáculos, el comportamiento obsceno de sus participantes era característica general, y si bien algunas veces nos aparecen duramente criticadas por las altas jerarquías de la Iglesia, no obstante, y por lo que respecta a los actos que tenían lugar durante la misa de Resurrección, fueron defendidos por altos dignatarios de la misma, teniendo que el elemento obsceno era inseparable del acto litúrgico de la Misa Pascual, pues en ella los asistentes podían escuchar toda serie de palabras lascivas, al mismo tiempo que contemplaban toda serie de actos deshonestos, como podían ser la imitación del acto sexual, comportamientos onanista, y quizás también incluso homosexual. (JACOBELLI, M. C.: Op. cit., pág. 29) 

Y si los actos onanistas, así como el comportamiento homosexual, nos es atestiguado por la risa pascual, también el ritual de la "Fiesta de los Locos" nos atestiguaba todo tipo de degradaciones que tenían lugar en el altar, pues allí se hacían toda serie de gestos obscenos, como una especie de strip-tease, que tenían carácter ritual.    (BAJTIN, M.: Op .cit., pág. 72) 


Veíamos también al tratar la iconografía de los actos degradantes, como en la tradición navideña el tema espiritual se mezclaba con ritmos laicos y elementos de degradación material y corporal; otras veces, las particularidades especiales de determinados santos, servían de pretexto para el desarrollo de ritos y actos materiales y corporales "degradantes", como por ejemplo pasaba en la fiesta de San Lázaro, en Marsella, en que el pueblo se disfrazaba e interpretaba la "gran danza", "magnum tripudium", retomando en la práctica numerosos elementos de las fiestas paganas locales, en donde estaba asociado también el tema de la muerte-resurrección. (Ibídem, págs.76-77) Y es que antecedentes más remotos son vistos en ciertas formas del culto religioso, heredadas de aquellas de la Antigüedad en donde la influencia oriental era patente, al mismo tiempo que se encontraban contagiadas de diversos ritos paganos locales, sobre todo de aquellos que nos ligan al rito de la fecundidad. (Ibídem, págs.71)

También, como ya habíamos mencionado, (Ver: Cultos cristianos emparentados con ancestrales ritos) existían todo un tipo de fiestas de carácter religioso en donde todo tipo de degradaciones desempeñaban un rol especial, siendo precisamente aquellas, en las que el pueblo revivía cíclicamente una serie de acontecimientos primordiales. Es por ello también por lo que, si a primera vista nos parecía extraño ver, en algunas representaciones de nuestra plástica, a ciertos personajes en la actitud no menos degradante de defecar o de llevarse la mano al trasero, era después de ver el papel que desempeñaban los excrementos en la cultura popular, cuando nos dábamos cuenta de la intención de estas representaciones, pues los excrementos, desde los tiempos más antiguos, jugaron un papel importante, perviviendo dentro del espacio sagrado de la iglesia con motivo de la "fiesta de los tontos", cuando el obispo de la risa, durante el oficio solemne celebrado en la iglesia, utilizaba excrementos en lugar de incienso, luego, recorriendo las calles sobre una carreta repleta igualmente de la misma materia, los arrojaba sobre la concurrencia. (BAJTIN, M.: Op. cit., pág.158)  Y si todo esto era así, era por tener un sentido muy determinado, como es el de tener un valor fecundante. (Ibídem) Es por ello también, por lo que eran elemento indispensable en todos aquellos ritos que estaban asociados a la fecundidad, renacimiento y renovación. Así pues, toda esta serie de actos degradantes que la fiesta reúne en un mismo contexto, estarían, sin lugar a dudas, propiciando el renacimiento y la renovación.


Después de todo lo analizado hasta aquí, vemos como son precisamente ciertas fiestas determinadas, las que reúnen en un mismo contexto a toda una serie de personajes, muy semejantes a los que aparecen en nuestra iconografía y en actitudes muy similares, y que todos ellos se caracterizan por participar en una serie de ritos prácticamente encaminados a lo mismo, en una época muy determinada del año, siendo también "la fiesta", la que da a todo ello un carácter universal, pues gracias a ella el gran cuerpo popular se manifiesta como principio en movimiento, inmerso en un tiempo cósmico, para celebrar lo antiguo que muere y lo nuevo que comienza, moviéndose en un ciclo biocósmico del ciclo vital productor de la naturaleza y del hombre (Ibídem, pág.28) pues, por otro lado, tanto fiestas como ritos podemos considerarlas como experiencias de tipo "mágico-religioso", a través de las cuales se establecen relaciones de armonía entre los seres y las cosas, entre los humanos y los dioses, entre las fuerzas visibles e invisibles. (MARKALE, J.: Druidas, pág. 187) 


También como componente obligado de una representación relacionada con lo sagrado, más que como espectáculo circense, o como crítica y satirización de un determinado estilo de vida, habíamos visto la iconografía juglaresca, fuera cual fuese la actividad que estuvieran realizando, y alcanzando por ello un nuevo significado en el conjunto, pues eran acompañamiento obligado primitivamente en ciertos tipos de espectáculos religiosos, (Ver: La iconografía y sus fuentes. El mundo de la juglaría) e incluso siguen siéndolo en época posterior, al aparecer todavía en el 1300 juglares, mimos, histriones, o caballeros salvajes en los tres grandes ciclos, de los que poseemos dramas litúrgicos, como son las tres grandes fiestas de Navidad, Pascua y Pentecostés, (Ibídem) pues ya, desde época muy temprana, se realizaban toda una serie de actos y representaciones, en los que la música estaba presente, aunque posteriormente estas representaciones, censuradas por la iglesia ortodoxa, desaparecerán en parte, encontrándonos entonces con que hace su aparición el "drama litúrgico".

Por lo que respecta a esas representaciones religiosas de los primeros momentos, habíamos llegado a la conclusión de que era preciso diferenciar unas de otras, debiendo de existir algunas, en que, tanto los actos que tenían lugar como su música, no debían de estar muy en conformidad con la ortodoxia romana, pues ya San Juan Crisóstomo se oponía abiertamente a éstas, por recordarle los cultos paganos. Si a esto añadíamos las noticias que nos llegaban por Clemente de Alejandría, la escena se aclaraba bastante, pues los fieles, llenos de sentimientos impuros y sensuales, llegaban incluso al frenesí báquico y a la locura. Sólo nos quedaba añadir a esto la obra anónima titulada "Veris ad imperia", de la que se dice que evocaba maravillosamente el renacer de la naturaleza a la llegada del buen tiempo, y teníamos todo un cuadro en el que el sacerdote, junto con todo el pueblo, celebraba la llegada de la primavera del mismo modo como lo habían hecho sus antepasados. (Ibídem) 

En nuestro contexto parece que esta tradición dramática también ha existido, atestiguada por la existencia en Silos de dos de los más antiguos tropos del teatro litúrgico conocidos, y aunque los textos de éste no hayan llegado hasta nosotros, daban pie a Lorenzo Rubio a suponer la existencia de un teatro burgalés, como lo hace también suponer el canon del concilio de Aranda de 1473, lo que muy bien podría estar diciéndonos, que éste surge en el mismo momento en que la Iglesia intenta regular las representaciones que tenían lugar durante algunas solemnidades, que se caracterizaban por tener lugar en ellas todo tipo de espectáculos de carácter grosero, y muy vinculadas a los lugares sagrados y a la devoción de las gentes. (MONTENEGRO DUQUE, A. et alii: Historia de Burgos. Edad Media (2), págs.284-85 )


Ya habíamos apuntado también nosotros, como anteriormente por las prohibiciones de los concilios de Valladolid (1228) y Toledo (1324) sabíamos que se seguían celebrando mascaradas con juegos, monstruos, espectáculos, ficciones y desórdenes, así como cantares torpes y pláticas ilícitas, mientras se celebraba el culto divino. Así como había clérigos que mezclaban diversiones o ficciones deshonestas con los oficios divinos, o que las consentían. No obstante, era precisamente el de Aranda (1473) el que nos dejaba constancia de que paralelamente a esto existían representaciones religiosas honestas que podían seguir celebrándose, tanto en los días prefijados como en otros cualquiera, ya que inspiraban devoción al pueblo. Así pues, paralelamente al drama religioso, en el que el acompañamiento instrumental está atestiguado, asistíamos a todo otro tipo de representaciones, en las que intervenían máscaras y monstruos en dichos espectáculos y ficciones, acompañados también del elemento instrumental. Después de esto, no nos cabe duda, de que el elemento juglaresco era componente obligado en una serie de festividades religiosas en las que bien podría estar celebrándose un tipo de obra dramática, y que por tanto es la Fiesta la que reúne en el mismo contexto a estos con toda otra serie de personajes, que participaban en la misma, y con los que están íntimamente relacionados.


Resumiendo, todo parece apuntar hacia un mismo sentido, que estamos ante una festividad muy determinada en que se está celebrando un acontecimiento primordial para aquellas gentes, y en el que todo el pueblo participa a través de toda una serie de actos y ritos, teniendo que después todo ello será sustituido, como bien creemos que quedó demostrado, por otra serie de representaciones, pues la Iglesia, al no poder erradicar tales prácticas, que sin duda tenían lugar, como nos lo atestiguaron las abundantes condenas por parte de la iglesia ante costumbres de tan marcada apariencia pagana, organiza el drama religioso (denominado también misterio), para oponerlo como una expresión teatral piadosa a todo eso que reprobaba. Así, de este modo, la Iglesia Católica refunde el misterio pagano, cristianizándolo, e imprimiéndole ciertamente un carácter litúrgico. Y si, como ya apuntamos, no cabe duda que, en algunos lugares, plástica y dramas religiosos se corresponden, como si asistiéramos a un mismo hecho que se manifiesta en campos distintos, pues algunas de las representaciones iconográficas del medievo están aludiendo a esa serie de representaciones, siendo la réplica artística de toda una serie de temas que se corresponden a nivel literario y musical con los distintos dramas litúrgicos que se representaban en dicha época, es por todo ello por lo que creemos que, si parte de la plástica posterior está aludiendo a toda esa serie de dramas litúrgicos representados con motivo de ciertas festividades determinadas, "la iconografía de la que trata nuestro estudio está asimismo aludiendo a otros misterios representados y permitidos, en algunos lugares, en una época inmediatamente anterior".


Estamos seguros que todos estos actos, tan fuera de lugar para la ortodoxia cristiana que Roma intenta imponer, tenían un significado más profundo para aquellas gentes de finales del S. XI y principios del XII, apegadas a sus tradiciones y costumbres, en cuyos momentos se está produciendo la adaptación, sobre todo en aquellos lugares apartados en donde el cristianismo llegó tarde y mal, y en donde por otro lado veíamos a toda una serie de Monasterios cuyos componentes ponen en tela de juicio las nuevas normativas impuestas por Roma. Nos encontramos pues ante unas contexto que no cabe duda que tenía un marcado sentido religioso con un fin determinado, y cuyas manifestaciones y participantes son muy similares a lo que veíamos aparecer en festividades religiosas más antiguas, con una función determinada. Si todo ello sigue teniendo un valor sacro, y su contexto una festividad religiosa, con un escenario muy concreto: el espacio sagrado de la Iglesia, no es de extrañar que tenga una significación muy similar, aunque ahora en un contexto religioso cristiano, cuyo mensaje es transmitido a través de todo un lenguaje conocido por aquellas gentes, y por tanto cargado de significación propia para aquellos a los que iba dirigido.






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