I. 1.5   LOS ENMASCARADOS




Son éstos formas monstruosas que aparecen en la plástica, y si siempre fueron interpretadas como "demoníacas" y alusivas al mundo infernal, no fue ni más ni menos porque siempre fueron vistas bajo un mismo prisma y sin ser diferenciadas entre si. Pero, como podremos comprobar, estas formas que aparecen en nuestra plástica, son sin lugar a dudas hombres enmascarados, y no tienen nada que ver con seres fabulosos, medio humanos medio animales, no representando tampoco todos lo mismo. Esto nos llevó a rastrearlos a través de otro tipo de fuentes que nos hicieron interpretarlos de una manera muy diferente, y ligados a alguna festividad religiosa.


En un principio, estos enmascarados pueden tener su origen en la costumbre de cubrirse el rostro con máscaras, presente ya en las cuevas prehistóricas, continuándose como una constante a lo largo de toda nuestra civilización. Así lo veíamos en la antigua tradición religiosa precristiana de Roma, más concretamente en las Calendas de Enero, las Saturnalia, las Brumalia y Matronalia, recogiendo esta tradición: Tertuliano a comienzos del S. III, Libanio (S. IV), San Agustín (354-430), San Juan Crisóstomo (344- 407), San Pedro Crisólogo (406-450) y San Isidoro de Sevilla (S. VII) y, a finales del S. VIII, San Bonifacio, obispo de Maguncia, hecho que también relata el obispo Faustino cuando dice:

  1. "...Unos se visten con pieles de animales, otros asumen cabezas de bestias, gozando y brincando, de tal manera se transforman en especies de fieras que no parecen ser hombres." (De ecclesisticis officiis I, XLI: "Divi Isidori Hispalensis episcopi opera..." )

  2. (Texto recogido de: CARO BAROJA, J.: El Carnaval, pág. 173.  Lo recoge de: DU CANGE.: Glossarium mediae infimae latinitatis, II, París, Didot, 1842) 

 

Ya en época más moderna: Eligio de Limoges, Rábano Mauro, Alcuino, y otros, se refieren también a la utilización de estos elementos en fiestas de tradición pagana.

Así pues, de aquí a su representación en la plástica que nos ocupa, sólo hay un paso, pues su existencia, aún en el S. XI, nos la confirma un penitencial del monasterio de Silos, por el que sabemos que se condenaba a un año de penitencia a los que vestidos con trajes femeniles o de animales monstruosos danzaban así disfrazados. Y es que, si esto pasaba en diócesis mucho más cristianizadas, e incluso en la propia Roma junto a la misma iglesia de San Pedro todavía en el S.VIII, qué no pasaría en aquellos lugares en donde el cristianismo llegó tarde y mal, pues si bien es verdad que tenemos claros testimonios de la pervivencia del paganismo en Cantabria hasta fechas muy avanzadas, no pasa lo mismo por lo que respecta a una afirmación del cristianismo antes del S.VII.  (GARCIA GUINEA, M. A.: El Románico en Santander. T. I, pág. 45. El mismo autor hace una exposición más amplia sobre el tema en la op. cit. epígrafe: "Tardía cristianización", págs. 44-45-46) 

Era por ello, también, por lo que la Iglesia no tuvo más remedio que cristianizar algunas de ellas, como ya lo mencionamos al estudiar las pervivencias paganas en la religiosidad popular, siendo los mismos Sumos Pontífices de Roma los que recomendaron a sus sacerdotes que predicaban la nueva religión, que no destruyesen los antiguos lugares de culto, sino que cristianizasen los dioses y usos paganos. Así lo tenemos en la carta "Historia gentis anglorum" (I. 30) del Papa San Gregorio Magno a Beda el Venerable con ocasión de su predicación en Inglaterra, en la que se recomienda dicha política sincretista.  (Texto en: SHARKEY, J.: Misterios celtas, pág. 21. A dicho mensaje hace también referencia: VAZQUEZ HOYS, A. Mª: "Pervivencias paganas en la religiosidad popular", pág. 53, en: Centre d'estudis de la plana. Butlletí Nº 6, abril-juny 1986 


Así pues, dentro de la iconografía que tratamos, la figura del enmascarado o del que se disfraza de forma monstruosa adquiriendo distintas apariencias para formar parte de ciertas festividades que se caracterizan por la participación en ellas de estos personajes, es un hecho de los que mejor podemos rastrear a través de los textos antiguos y de comienzos de la Edad Media hasta el momento que nos ocupa. Ellos nos demuestran que el paso de una época a otra se ha producido y que siempre aparecen ligados a alguna festividad religiosa.

Este tipo de iconografía podemos verla también en San Pedro de Cervatos, y si debido al desgaste de la piedra es difícil precisar con exactitud algunas de sus características, lo que sí se puede percibir es que suelen ir desnudos y cubiertos con una especie de máscara. Al observarlos, vemos que no todos tienen el mismo aspecto, muestran la misma fisonomía, ni aparecen en la misma actitud. Algunos portan máscaras de gran tamaño de rasgos muy exagerados, en donde todo el énfasis está puesto en los ojos y en una gran boca que suelen mostrar abierta. Otros, por el contrario, muestran máscaras de rasgos más bien animalísticos pero de difícil identificación. Unos aparecen solos, ocupando todo el canecillo; otros aparecen acompañados de lo que bien podría ser un saltimbanqui. Otro grupo muy particular sería el de la figura humana que muestra una máscara entre las piernas o sobre su regazo. Es curioso también observar como en la iconografía identificada con el monstruo andrófago, éste adquiere a veces la personalidad de uno de estos enmascarados.

Atendiendo a todo esto podríamos hacer varias agrupaciones, pues, a la vista de los datos, vemos que no todos responden a una misma iconografía. No obstante, antes de empezar a analizarlos, vamos a recordar las palabras textuales de San Isidoro de Sevilla para comprobar que cerca están los unos de los otros.

  1. "...Así los mismos hombres y lo que es peor los mismos fieles, durante este día, adquiriendo monstruosas apariencias se disfrazan a modo de fieras, otros toman aspecto mujeril, afeminando el suyo masculino. Algunos, a causa de la citada fiesta pagana, se manchan el mismo día con la observación de los augurios, hacen gritería y danzan cometiendo otra que es más torpe iniquidad, pues se unen los de uno y otro sexo formando cuadrilla, y la turba de depauperado espíritu se excita con el vino..." De ecclesisticis officiis I, XLI: "Divi Isidori Hispalensis episcopi opera..."

  2. Texto recogido de: CARO BAROJA, J.: El Carnaval, pág. 172 


Al leer esto, no podemos dejar de compararlo con lo que nos muestran nuestros canecillos, ya que no sólo aparecen enmascarados, sino que también el ambiente de fiesta es patente. No obstante, aunque todos tienen un mismo denominador común: el ser enmascarados, no todos responden a una misma iconografía, por lo que, como ya apuntamos, es preciso hacer agrupaciones según la forma como se comportan o aparecen ante nosotros. 

 

 

 

 


Un primer grupo lo constituirían los "Enmascarados de rasgos humanoides". Éstos no parecen desarrollar ninguna actividad, más bien descansan sentados, pero ante el solo hecho de ser portadores de esa gran máscara de rasgos humanos pero monstruosos, no podemos dejar de identificarlos con esos otros de los que nos hablan los textos, y nos dicen que de tal manera se transforman que no parecen ser hombres.

 

 


Para Caro Baroja, después de un estudio en profundidad, todos éstos son:

  1. "... personajes antiquísimos (...). Toman parte en una o varias viejas festividades que nada deben a las organizaciones juglarescas; es más, se puede decir que en éstas hay elementos tomados de tales festividades, y no al revés."  (CARO BAROJA, J.: Op. cit., pág. 233) 



Basándose en un vocabulario de palabras medievales, (CARO BAROJA, J.: Op. cit., pág. 229)  llama a éstos "zaharrones", dándoles un carácter de máscara popular, que salen en determinadas festividades con aire demoníaco en el más estricto sentido de la palabra.

Apoyándonos en todo esto, parece que no cabe duda de que estos enmascarados podrían ser los que ya en aquella época eran conocidos con el nombre de "zaharrón".

Otro grupo lo formarían aquellos que parecen estar desarrollando alguna actividad relacionada con algún rito festivo, como son los que llamamos "Enmascarados Fustigadores", al que pertenecería el canecillo nº VIII del ábside de San Pedro de Cervatos.


 

 

 

 



Éste, con una máscara muy similar a la de los anteriores, pero que parece tener cuernos, está de pie, y lleva en la mano derecha un objeto parecido a la tradicional zumbadera o carraca, mientras que en la izquierda, y apoyándolo sobre el hombro, porta algo parecido a un garrote o estaca.

 

De la zumbadera, objeto destinado a producir una especie de ruido o zumbido que llega a ser ensordecedor, sin tener en cuenta que ha llegado hasta nuestros días, nos habla Caro Baroja y nos deja constancia de tales husos en España adscritos a la Semana Santa. Sin olvidar tampoco que ya la tenemos atestiguada en la Antigüedad, asociada a ciertos actos, y con un sentido misterioso. (Ibídem, pág. 143-5)


Centrándonos en la zona de nuestro estudio, encontramos a unos personajes que bien pudieran estar emparentados con el anterior, y que salen en una mascarada que tiene lugar en Cantabria con motivo del final de año, momento que también nos acerca más a las Calendas de Enero. En esta fiesta, ya mencionada, llamada de la "vijanera" o "viejanera", que consiste en unas danzas que pudiéramos denominar salvajes, unos hombres, vestidos con pieles de animales y llevando a la cintura innumerables cencerros de cobre, salen a la calle danzando y brincando, como poseídos, y produciendo un ruido ensordecedor. (Ibídem, pág. 235)  Son los denominados "zarramacos".


Por otra parte, vemos como nuestro enmascarado lleva también en la otra mano una especie de porra o estaca, que bien pudiera servir para apalear a la gente. Es por ello por lo que es preciso tener en cuenta a otro tipo de personajes que salían disfrazados desde la antigüedad, llevando en la mano un instrumento con el que azotaban a todos aquellos que le salían al paso.

Ya en las Lupercalia, descritas por Plutarco, (Plutarco: Rómulo XXI)  aparece este tipo de enmascarado, desnudo, que lleva en la mano una especie de látigo hecho con tiras de pieles de macho cabrío, y a cuyos golpes las mujeres jóvenes no debían sustraerse, ya que tienen fines fecundantes, pues en los textos (CARO BAROJA, J.: Op. cit., pág. 346. De que tenían este carácter en la antigüedad, nos dejan constancia Cicerón, Plutarco y Ovidio) aparece claramente indicado que eran fiestas de preservación contra el lobo, de purificación, y a la vez de fecundidad de los rebaños. Estas fiestas fueron prohibidas por el Papa Gelasio en el año 496.  (Ibídem, pág. 347. Ver también la nota 7 de la misma página)  No obstante, y en épocas posteriores, ciertos enmascarados que salían, y aún siguen saliendo, por las calles en época semejante en muchas partes de Europa, nos las recuerdan. 

 
 

  

Hoy en día, un personaje muy similar es el que nos encontramos en la localidad gallega de Laza, y que recibe el nombre de "Peliqueiro". Sale con motivo de las festividades del pueblo, y según la opinión popular representa a un cobrador de impuestos medieval que azotaba a todo aquel que se negaba a pagar los tributos, pero que no obstante su existencia es ya anterior.

Si profundizamos un poco más en este enmascarado, veremos como esta teoría no coincide para nada con los actos que realiza, y que su indumentaria, aunque ha ido cambiando con el tiempo y enriqueciéndose con nuevas prendas según las modas, todavía muestra rastros de algún motivo que podría estar emparentándolo con los citadoslupercos.





Su careta, aunque de rasgos humanos, lleva representada en la parte superior la figura de un animal, que hoy en día son muy variados según las preferencias y gustos de su porteador, pero que coinciden todas en el mismo detalle: en la parte trasera cuelga la cola de un zorro, que después fue de gato, y actualmente es sustituida por cualquier piel sintética.

  





Su papel en la fiesta varía. Primero salen por las calles trotando, haciendo sonar así los cencerros que llevan a manera de cinturón. En una segunda actuación su papel es diferente, se convierten en máscaras fustigadoras azotando a todo el mundo que encuentra a su paso.

Finalmente, y a la salida de la "Misa Mayor", fuera de la iglesia, hacen formación en fila de a dos dejando un pasillo por el medio, a través del cual van pasando las mujeres de la localidad para ser fustigadas por el Peliqueiro de la forma más ceremoniosa, mientras el resto de los participantes en la fiesta observa este acto.

Que nuestro actual Peliqueiro sea heredero de aquellos antiguos lupercos, es algo que no podemos afirmar, pero que es un enmascarado ligado a festividades religiosas y desempeñando distintas funciones, es algo que no se puede poner en duda. Con los datos a la vista se podría afirmar que en él se da un sincretismo de actos y funciones que pueden ser rastreados desde la antigüedad, y que, independientemente de su significación según la época, ha llegado hasta nosotros. 


Que nuestro enmascarado de Cervatos está mucho más cerca en el tiempo de los lupercos, es algo que nadie puede poner en duda, y aún cuando no podamos afirmar que se trate de uno de éstos, a lo que sí responde es a que muy bien pudiera ser una de estas máscaras fustigadoras que están atestiguadas en muchos textos de la antigüedad, y que nos hablan de estos ritos y creencias; aparte de que también pudiera estar llevando a cabo, y al mismo tiempo, otro tipo de función.

Precisamente en la provincia de Santander nos encontramos con un enmascarado que bien pudiera estar emparentado con el anterior, es el denominado "zorromaco" que va vestido de pieles, agitando un palo con vejigas, (CARO BAROJA, J.: Op. cit., pág. 232)  y al que creemos que puede estar aludiendo éste representado en el canecillo de Cervatos.

Otro tipo de enmascarado, éste de la provincia de Burgos, es el "colacho", que sale el día de Pascua de Resurrección, u otro día de primavera, con la cara tapada y un rabo de buey en la mano. Aquí sí que es una máscara fustigadora, pues si todo el mundo puede insultarlo y llenarlo de las mayores injurias, él por su parte puede azotar a todo aquel con el que se encuentre a su paso. (Citado por CARO BAROJA, J.: Op. cit., pág. 362. Él lo recoge de: HERGUETA, D.: "Folklore burgalés", en Revista Castellana, año V, núm. 31, Valladolid, abril, 1919, pág. 81) 

Querer ver representado en Cervatos a uno de estos enmascarados fustigadores, no es nada que pueda ser tachado de absurdo, cuando en un relieve de la puerta de la capilla de San Francisco Javier de la catedral de Pamplona aparece claramente un enmascarado que, si bien el rostro es completamente humano, sin máscara ni rasgos monstruosos, representa a un caballo, pues va metido en un armazón que representa a dicho animal, y que nos estaría ligando a otra de estas modalidades denominada "Cuadrúpedos Enmascarados".

 

Por otra parte, ejemplos claros de que realmente se trata de hombres enmascarados, nos lo puede estar atestiguando otro grupo que podríamos denominar: "Personajes sedentes con máscara entre las manos".  

 

 

 


En Cervatos, en uno de los canecillos del ábside, aparece un hombre sentado que muestra sobre su regazo una cabeza monstruosa a la que sujeta por las comisuras de una gran boca abierta, viéndolo igualmente en La Costana, en donde una figura humana aparece en la misma actitud que la del canecillo anterior.



Además de en San Pedro de Cervatos, y en la Costana, es en La Asunción de Villabermudo, en los capiteles de la ventana de la fachada sur, donde nos aparecen estos enmascarados con máscara entre las manos.


 


 

En el capitel derecho de la ventana del muro sur, en el esquinal, aparece la representación de una figura que no podemos precisar con exactitud si se trata de un hombre o de una mujer, pues si bien lleva largos cabellos que le caen sobre los hombros y hacia atrás, las facciones de su rostro son bastante indeterminadas. Está sentada, y sobre su regazo, sujetándola con las manos, nos muestra una máscara muy semejante a esas otras que también vemos aparecer en los otros ejemplos, o bien cubriendoles el rostro, o bien éstos nos las muestran entre las manos.



Como compañero tenemos el capitel izquierdo de la misma ventana, creemos que puede tratarse del mismo personaje, pero ahora con la máscara puesta, pues los rasgos de ésta son bastante similares. Si esto fuera cierto, tendríamos a una misma persona en dos momentos sucesivos, antes y después de la transformación.



De nuevo, en el ábside de Cervatos, observamos tres ejemplos muy singulares, pues se tratan de una de estas representaciones en que una figura humana tiene entre las manos una cabeza.

 

Pero ahora se da el caso de que lo que presentan sobre su regazo es lo que primitivamente sería una cabeza humana, hoy en día muy deteriorada, mientras que los rostros de los personajes parecen corresponder a uno de estos enmascarados de rasgos animalísticos los dos primeros, siendo claramente femeniles los del tercero.

Que los enmascarados adquirían algunos de ellos aspecto mujeril, ya nos dejaba constancia San Isidoro de Sevilla en el texto citado, y lo de mostrarnos ahora una cabeza humana, indicaría quizás la metamorfosis operada

No obstante, lo que no cabe duda es que todos estos personajes aluden a esos otros que tenían la costumbre de disfrazarse con motivo de alguna celebración, y de los que nos dejan constancia tanto los textos como toda esta iconografía. No se trata pues, en este caso, de seres medio humanos medio animales que también han sido tratados iconográficamente. (Al estudio de éstos últimos, incluyendo el tema del salvaje, nos acerca la obra de Isabel MATEO GÓMEZ, I.: Temas profanos en la escultura gótica española. Las sillerías de coro, págs. 210 a 221. En las notas a pie de página incluye también una serie de bibliografía que se ocupa del tema. Ver también: YARZA LUACES, J.: "Los seres fantásticos en la miniatura castellano-leonesa de los Siglos XI y XII." En: Formas artísticas de lo imaginario, págs. 156 a 178. A través de ellas nos damos cuenta que esos seres fantásticos nada tienen que ver con esta iconografía que estamos tratando. Incluso vemos como San Isidoro de Sevilla habla de alguno de ellos en sus Etimologías, como habitantes de Etiopía, y por otro lado, e independientemente de ellos, vimos como censuraba esa costumbre, que tenían incluso los cristianos, de disfrazarse con motivo de alguna fiesta de tradición pagana.) 


Por último pudimos reconocer también otro tipo que, por las características que presenta, se le puede denominar: "Enmascarados de rasgos animalísticos", como por ejemplo dos de Cervatos, situados ambos bajo el tejaroz de la portada.

 


 

 

 

 

Éstos se diferencian perfectamente de los ya mencionados, pues aparte de tener rasgos distintos, la actitud o actividad que realizan es también distinta, pudiendo ver en ellos rasgos afines con el mundo de la juglaría.

Menéndez Pidal, en su libro Poesía juglaresca y juglares, nos habla de ciertos personajes que ya el Libro de Alexandre nos presenta como una clase aparte de los músicos, y que divierten al público con simios y mamarrachos. Para el citado autor, estos mismos son los que las Partidas llama "facedores de los zaharrones".


Menéndez Pidal, después de haberlos estudiado, llega a la conclusión de que debían de ser juglares que en comparsa divertían al público disfrazados fea y grotescamente, y los mismos que el moralista inglés Thomas de Cabham condenaba diciendo: "Transformant et transfigurant corpora sua per turpes saltus et per turpes ges tus, vel denundando seturpiter, vel induendo horribiles larvas"; y los mismos, acaso, que el Penitencial escrito en el monasterio de Silos (MENENDEZ PIDAL, R.: Poesía juglaresca y juglares. Págs. 23-24) que condena a un año de penitencia a los que danzaban en traje de mujer o disfrazados monstruosamente.

Creemos, y la iconografía que tratamos así parece atestiguarlo, que es preciso hacer una diferenciación entre los que las partidas llama "facedores de zaharrones", los juglares que disfrazados de animales divertían al público, y los que el moralista inglés Thomas de Cabham asocia a horribles larvas, o el Penitencial de Silos condena a un año de penitencia por disfrazarse monstruosamente. Para afirmar esto, nos apoyamos en el "Vocabulario" de palabras medievales consultado por Caro Baroja, en el que podemos ver muy bien precisado el doble aspecto de los "zaharrones", pues dentro de este vocablo incluye a los que iban disfrazados por diversión, y a los que andaban cantando y tocando por las calles. (MERINO, A.: Escuela paleográphica o de leer letras antiguas, desde la entrada de los godos en España, hasta nuestros tiempos, Madrid, 1780, pág. 442)  Caro Baroja hace la misma diferenciación, apuntando que, con ese mismo carácter de máscaras populares ligado a ciertas festividades, es como pasan también al folklore moderno, perdiéndose el carácter juglaresco. (CARO BAROJA, J.: Op. cit., pág. 229) 

Después de lo dicho, creemos que queda justificada esa diferenciación entre aquellos enmascarados que, e independientemente del fin con que los hicieran, estarían realizando actos relacionados con alguna creencia determinada, y aquellos otros que participaban en la fiesta, pero que eran simplemente juglares de los que también iban de pueblo en pueblo para entretener y divertir a la gente en estos días, e incluso asociados a actos litúrgicos.

Es bien sabido que todo tipo de juglares, incluyendo a los que Las Partidas tacha como tales, tomaban parte activa en muchas celebraciones. Ya desde 1136 tenemos noticias de juglares en la corte de Castilla, y de que su presencia era indispensable en todo tipo de fiestas, incluso en las más propiamente religiosas, pues incluso la música y los cánticos sagrados corrían por parte de ellos. Incluso a veces, como bien nos dice Menéndez Pidal, buen conocedor del tema: "... el juglar religioso no era siempre devoto, sino que se descarriaba a menudo en muchas profanidades." (MENENDEZ PIDAL, R.: Op. cit., pág. 58)  Para atestiguarlo, pone como ejemplo el lamento de Don Juan Manuel cuando dice que en las vigilias de los santos, los fieles, reunidos en los santuarios, no pasan la noche en oración sino en algazara:

  1. "(…) allí se dicen cantares et se tañen estrumentos et se fablan palabras et se ponen posturas que son todas al contrario de aquello para que las vigilias fueron ordenadas". (Ibídem)

 

El Libro de Alexandre también nos habla de esta presencia de juglares en las fiestas, y el Arcipreste de Hita nos presenta una gran comitiva juglaresca que sale a recibir a Don Amor. (Ibídem, págs. 40-41. Más adelante en el apartado: El juglar ante su público, págs. 44 a 64, lo analiza más detenidamente)


Después de lo analizado hasta aquí, y por la iconografía que tenemos, éstos pueden ser los que Menéndez Pidal nombra como juglares que divertían al público disfrazados. Estos otros enmascarados están pues relacionados con el mundo de la juglaría, son realmente juglares, quedando bien diferenciados de aquellos de los que nos hablan los escritores cristianos y los cánones conciliares.


De todo ello podemos deducir:

1º Que los hombres, o bien con máscaras o bien con pieles de animales, se transformaban adquiriendo apariencias monstruosas. Son por tanto realmente hombres enmascarados, y no tienen nada que ver con seres fabulosos medio humanos, medio animales.

2º Que tienen sus orígenes en otros enmascarados que venían haciéndolo desde la antigüedad con motivo de alguna fiesta de tradición pagana, más concretamente con las "Calendas de Enero", por lo que respecta sobre todo a los primeros momentos.

3º Que el paso a la Edad Media se ha producido adquiriendo distintas denominaciones según las localidades, pero siguen apareciendo siempre ligados a alguna festividad; danzando, gritando, cantando canciones consideradas como sacrílegas, y haciendo augurios y sacrificios. Se excitan con el vino, y se unen los de uno y otro sexo.

4º Que es preciso diferenciar a los juglares enmascarados de aquellos que no tienen nada que ver con el mundo de la juglaría, aunque ambos aparezcan juntos en este tipo de festividades. Es preciso por tanto diferenciarlos también temáticamente.

El significado o fin que tienen en cada época es algo que todavía se nos escapa, pues los textos consultados no son muy explícitos en torno a esto, es por ello por lo que intentaremos ahora dar una aproximación significativa, siendo preciso que sean tratados dentro de su contexto y de su tiempo, pues sino perderían toda su significación real.

 



Las Fuentes


A la vista de los datos aportados hasta ahora, vemos como no podemos hablar de todos los enmascarados como si todo se tratara de lo mismo, somos conscientes que un mismo significante puede tener varios significados, y que incluso puede cambiar a través del tiempo. Es por ello por lo que analizaremos a cada uno dentro de su propio contexto, ya que aventurarnos a decir ahora, sin más, que lo que se representa en nuestras iglesias es un acto festivo en relación con las citadas "Calendas de Enero", sería muy atrevido, pues se necesita profundizar más en el tema.


Vimos como desde el S. III hasta el VII se nos habla de estas fiestas, y es precisamente San Isidoro el que nos aporta un dato más con relación a esto, pues la Iglesia no había tenido más remedio que instituir el ayuno en estas fechas, porque la gentilidad honraba a Jano como a un dios. (De ecclesisticis officiis I, XLI: "Divi Isidori Hispalensis episcopi opera...")  También mencionamos como Tertuliano se lamentaba de que los cristianos no sólo celebraran esta fiesta de las Calendas de Enero, sino también las Saturnalia,Brumalia, y Matronalia. De la Península Ibérica teníamos datos en el mismo sentido, pues tanto San Paciano como posteriormente San Martín Dumiense, en el S.VI, nos hablaban también de las Calendas de Enero. De esto se podría sacar ya una conclusión: que los cristianos del S.VII seguían celebrando las Calendas de Enero y de una forma muy parecida a como lo hacían sus antepasados.

Por lo tanto, creemos que no cabe la menor duda de que estos enmascarados tomaban parte en festividades que se pueden rastrear a través de la Antigüedad con un significado eminentemente religioso, pero consideradas como paganas por los Santos Padres de la incipiente Iglesia. Lo que ahora cabría investigar, es si también eran consideradas como tal por la mayoría, o todavía seguían teniendo ese significado eminentemente religioso, pero ahora asociadas a otras festividades religiosas cristianas, pues es a partir del S. VIII, cuando se sigue hablando de la misma costumbre de disfrazarse a modo de fieras con motivo de algunas festividades, pero el nombre de la citada fiesta se va perdiendo.


Si tenemos en cuenta la cronología de nuestros enmascarados, vemos como éstos aparecen en iglesias consagradas no más allá de la segunda mitad del S. XII, lo que quiere decir que poco antes de su construcción, si tenemos en cuenta el Penitencial redactado en el S. XI en el monasterio de Silos, todavía se seguía condenando a los que, disfrazados con trajes femeniles o monstruosos, seguían practicando tales costumbres. Creemos que si bien ya no se pueden asociar estos enmascarados a las citadas Calendas de Enero, pues ningún texto consultado nos las nombra, si se pueden asociar a otras fiestas de carácter religioso que vinieron a sustituir a las anteriores; y si bien la Iglesia pudo marginar a aquéllas, todavía era muy pronto para poder desvincularlas de su contenido y manifestaciones.


No obstante, por los escritos de los primeros Padres de la Iglesia sólo sabemos que éstos se disfrazaban así, como lo hacían sus antepasados, con motivo de alguna fiesta pagana. Es por ello, por lo que tenemos que saber primero que es lo que significaban estos enmascarados en dichas fiestas.

Caro Baroja estudia todo tipo de enmascarados en el folklore español, y encuentra ciertos vocablos que se utilizan para designar a cierto tipo de éstos, y que poseen las siguientes significaciones: máscara o persona disfrazada; fantasma o espíritu terrorífico; insecto de feo aspecto. El mismo apunta, como es curioso señalar el paralelismo tan grande que existe entre estas significaciones con las de la latina "larva", que en singular puede significar máscara terrorífica en el teatro, como podemos ver en Horacio (Sat., I, 5, 64), o marioneta de aire fúnebre, según Petronio (Sat., 34 - 35). En plural "larvae" expresa la idea de espectros maléficos de figura horrorosa, o de fantasmas; y larvas son también como los denomina el moralista inglés Thomas de Cabham cuando nos dice que los hombres salían disfrazados de horribles larvas. (CARO BAROJA, J.: Op. cit., págs. 232-233)  También en los relatos míticos sobre las diferentes invasiones de Irlanda nos encontramos con los "Formoré", especie de gigantes misteriosos que representan el Caos, las fuerzasinorganizadas, brutales e instintivas. (MARKALE, J.: Druidas. (Tradiciones y dioses de los celtas), pág. 76)  De esto se puede deducir que, si bien todos tenían en común ser enmascarados, no todos representan lo mismo, ni tienen la misma función, ni por lo tanto significan lo mismo.


El mismo Caro Baroja, después de haberlos estudiado en profundidad, había llegado a la conclusión de que todos éstos eran personajes antiquísimos que tomaban parte en una o varias viejas festividades que nada debían a las organizaciones juglarescas; encontrando más bien en éstas elementos tomados de tales festividades y no al revés. Después de un análisis minucioso de tal como han llegado a época moderna con distintos nombres, según provincias y localidades, había llegado a la conclusión de que todos éstos iban asociados a toda clase de funciones religiosas antiguas, independientemente de lo que en particular se quisiera obtener con tales funciones. (CARO BAROJA, J.: Op. cit., pág. 364)


Así pues, en un primer acercamiento a éstos, los tenemos atestiguados por una parte como espíritus terroríficos, mientras que en otras aparecen como una especie de espíritus maléficos. Espíritu terrorífico sería en este caso el "zarramaco", el cual salía en la mascarada cántabra, que tenía lugar a finales de año, momento que también nos acercaba más a las Calendas de Enero. Los veíamos salir con motivo de la fiesta llamada de la "vijanera" o "viejanera", y su función era la de producir un ruido ensordecedor. Personajes similares pueden ser encontrados con distintas denominaciones a través de innumerables festividades, y rastreados por casi toda la geografía mundial. (FRAZER, J. G.: La rama dorada, págs. 622-34) Tienen lugar en distintas fechas, pero todos ellos tienen un mismo denominador común: la expulsión periódica de los demonios, generalmente una vez al año, o bien a finales del otoño o del invierno, y siempre suele hacerse produciendo un gran ruido, esperando ahuyentar así a los malos espíritus. De aquí tendríamos, que la función delzarramaco sería la de expulsar a las potencias del mal, o espíritus maléficos, a la entrada del nuevo año. Su significación sería pues la de un espíritu benefactor que contribuía al bienestar del grupo.

Iconográficamente, y por lo que respecta a la mayoría de nuestras representaciones, no tenemos motivos para pensar que éstos fueran portadores de algún instrumento que produjera ese ruido ensordecedor, pero no podemos olvidar a ese enmascarado que aparece en un canecillo del ábside de Cervatos, ya analizado, que es portador de dos instrumentos llevados uno en cada mano, y que uno de ellos podría estar emparentado con la actual zumbadera o carraca destinada a esos fines, mientras que el otro tenía toda la pinta de ser una porra o estaca. Quizás en él se de un sincretismo de funciones, pues no podemos olvidarnos tampoco de esas máscaras fustigadoras que ya salían desde la antigüedad, y de las que tenemos constancia por Plutarco a través de Las Lupercalia, las cuales aparecen claramente indicadas en los textos como que eran fiestas de preservación contra el lobo, de purificación, y a la vez de fecundidad de los rebaños.

Nosotros no hablaríamos de lupercos, pero sí de espíritus fustigadores cuyos golpes tenían una doble finalidad: purificación y efectos fecundantes, muy similares a esos otros, ya mencionados, de la provincia de Santander, denominados en este caso "zorromacos" (y que no pueden confundirse con los zarramacos), que iban vestidos de pieles y agitando un palo con vejigas. (CARO BAROJA, J.: Op. cit., pág. 232)  Y el mismo que en la provincia de Burgos teníamos con el nombre de "colacho", que salía el día de Pascua de Resurrección con la cara tapada y un rabo de buey en la mano, con el que azotaba a la gente, pues si todo el mundo podía insultarlo y llenarlo de las mayores injurias, él por su parte podía arrear a todo el que encontrara a su paso.


Después de lo analizado hasta aquí, lo único que no podríamos decir es cual de ellos, independientemente, puede ser denominado zarramaco, zorromaco o colacho, pero lo que sí está claro, es que ya tenemos a éstos enmascarados, no solamente atestiguados en toda una serie de textos que nos hablan de ellos, y que los relacionan con ciertas fiestas que se celebran en determinadas épocas del año, sino también que están representando a ciertos espíritus terroríficos con un fin determinado: la expulsión de los espíritus malignos y el contribuir a la reproducción de las especies.


Podría pensarse también, que algunos de ellos pudieran estar representando a esos mismos espíritus malignos que los otros desean desterrar gracias al ruido mágico producido por cencerros o carracas, significado que no podemos dejar de lado; pero no cabe duda de que en el contexto muchos de ellos tienen implicaciones benéficas. Esto lo vemos claramente al tratar a esos otros que podemos identificar, sin miedo a equivocarnos, con "Enmascarados Andrófagos". Al analizarlos iconográficamente, vemos como algunos de estos enmascarados aparecen como los citados monstruos, son pues espíritus devoradores pero a la vez símbolo de renacimiento.


Querer ver representados en los enmascarados tratados a toda esta serie de espíritus que vemos en el folklore, y siempre ligados a ciertas festividades, ya habíamos apuntado que no es nada que pueda ser tachado de absurdo, cuando también lo vemos en un relieve de la puerta de la capilla de San Francisco Javier de la catedral de Pamplona, en donde aparece claramente un enmascarado cuyo rostro es completamente humano, sin máscara ni rasgos monstruosos, pero representa a un caballo, pues va metido en un armazón que alude a dicho animal. Ejemplo muy similar es uno de los canecillos del ábside de Santillana del Mar. El hombre caballo lo encontramos en el folklore de muchos lugares. Un ejemplo de ellos, entre otros muchos, es el de la localidad de Lanz (Navarra), es el denominado "zaldico", cuya misión es dar muerte a un horrible gigante símbolo de calamidades y hambre. (CARO BAROJA, J.: Op. cit., pág. 210)

 

También para Markale:

  1. "...en los países anglosajones, los festejos más o menos paganos de Halloween son la continuación de los festines y mascaradas de la fiesta céltica."  (MARKALE, J.: Op. cit., pág. 183 

 


Vemos pues, y creemos que anteriormente había quedado suficientemente claro, que estos tipos de enmascarados aparecen tanto en manifestaciones artísticas como en el folklore. Ahora tendríamos que ver si, tanto en un caso como en el otro, el fin o significado pudiera ser el mismo. No obstante, es imprescindible que no nos olvidemos que nos encontramos en unos momentos críticos de cambio, en donde existen una serie de comunidades que se debaten entre lo que para ellas había sido hasta ahora el fundamento de toda su vida en relación con la Divinidad y las nuevas normativas de la ortodoxia romana.

Por otro lado, por el obispo de Reims, Hincmarus, sabemos como todavía en el S. IX los representantes de la iglesia, con motivo de ciertos actos litúrgicos, tenían la costumbre de realizar toda serie de actos que estaban reñidos con las nuevas preceptivas de la ortodoxia cristiana, permitiendo también, en dichos actos, juegos lascivos con el oso y las danzarinas, y haciendo participar en ellos máscaras de demonios. Aún en el S. XV, en la Península, sabemos por el Concilio Toledano que existía la costumbre, sobre todo en la Natividad del Señor y por San Esteban, por los Inocentes y San Juan, de introducir en los actos litúrgicos espectáculos teatrales, máscaras y monstruos; teniendo constancia también de que en la llamada "fiesta de los carros", figuraban obligatoriamente en la procesión solemne: monstruos con rasgos medio humanos y medio animales, gigantes de la tradición popular, y después del paso de las efigies, llegaba el sacerdote con la hostia. No faltando tampoco tosa serie de cómicos disfrazados que acudían, tomando parte en la representación.


Nos encontramos, pues, ante una procesión cuyos componentes son claramente los mismos que aparecen en nuestra iconografía, procesión que no cabe duda que tenía un marcado sentido religioso con un fin determinado, y cuyos participantes son los mismos que veíamos aparecer en festividades religiosas más antiguas, desempeñando una función determinada. Si todo ello sigue teniendo un valor sacro, y su contexto una festividad religiosa, con un escenario muy concreto: el espacio sagrado de la Iglesia, no es de extrañar que éstos sigan desempeñando las mismas funciones con una significación muy similar, aunque ahora en un contexto religioso cristiano, cuyo mensaje es transmitido a través de todo un lenguaje conocido por aquellas gentes, y por tanto cargado de significación propia para aquellos a los que iba dirigido. Por eso no es de extrañar el lamento de Don Juan Manuel, cuando dice que en las vigilias de los santos los fieles, reunidos en los santuarios, no pasan la noche en oración sino en algazara: "allí se dicen cantares et se tañen estrumentos et se fablan palabras et se ponen posturas que son todas al contrario de aquello para que las vigilias fueron ordenadas". (MENENDEZ PIDAL, R.: Op. cit., pág. 58) 


Estamos seguros que todos estos actos, tan fuera de lugar para la ortodoxia cristiana que Roma intenta imponer, tenían un significado más profundo para aquellas gentes de finales del S. XI y principios del XII, apegadas a sus tradiciones y costumbres, en cuyos momentos se está produciendo la adaptación, sobre todo en aquellos lugares apartados en donde el cristianismo llegó tarde y mal, puesto que en la política repobladora prevalecieron en un principio los intereses económicos a los puramente religiosos. Y por otro lado, vemos a toda una serie de Monasterios cuyos componentes no están muy de acuerdo, y ponen en tela de juicio las nuevas normativas impuestas por Roma.


Que todos estos personajes, y las mascaradas en que tomaban parte, tenían una significación más profunda para aquellas gentes a las que iba dirigido, y en estrecha relación con las antiguas creencias, pero ahora adaptadas a la nueva religión, nos lo puede confirmar, sin lugar a dudas, toda esa serie de devociones a ciertos santos del santoral cristiano, ya mencionadas, en que éstos son capaces de hacer que las mujeres sean capaces de concebir gracias a su poder milagrero. Así teníamos en Francia a un San Greluchon, a un San Arnaud, y en Orleans a un San Blas, etc. Al primero acudían las mujeres de Bourg-Deols, para que las hiciera concebir, pero no eran sólo súplicas y oraciones al igual que ofrendas, sino que incluso se acostaban sobre la imagen del santo, y tomaban el polvo de los genitales de la estatua.  (GAIGNEBET, C y LAJOUX, J. D.: Art profane et religion populaire au moyen âge, pág. 192)

Esto, como otros muchos ejemplos y prácticas, (Ver en este mismo trabajo: “Ostentación de ambos sexos”) nos está demostrando como todas aquellas creencias, ligadas a cultos con relación a la fecundidad, pasan a formar parte del culto cristiano, aunque ahora ya no se hable de Príapo, sino de San Eutrope o de San Foutin, o de los anteriormente citados, pero las propiedades de los santos son las mismas, y los cultos que se les rinden son muy similares; incluso los exvotos que se les ofrecen son los mismos. Y que decir tiene, cuando contemplamos su iconografía caracterizada por sus propiedades fálicas.

En la Península Ibérica es el caso de la Candelaria, el dos de febrero, y al día siguiente el de San Blas. En estos días asistimos a una serie de actos, cuyo fin es la preservación de los ganados y la flagelación de las mujeres, que corre a cargo de hombres enmascarados. Actos semejantes se realizaban en las Lupercalia por las mismas fechas, para preservar a los ganados y propiciar la fecundación de las mujeres, función que corría a cargo de los mencionados lupercos, tan en paralelo con algunos de nuestros enmascarados. Dos días después, el cinco del mismo mes, era el día de Santa Agueda, o fiesta de las mujeres casadas, en las que se hacían banquetes y regalos, lo mismo que tenía lugar poco antes, en las fiestas de la Matronalia, para asegurar la fecundidad de las mujeres casadas, en las que también se celebraban banquetes y regalos.


Por otra parte, veíamos como Tertuliano se lamentaba, a comienzos del S. III, de que los cristianos celebraran esta fiesta de las Calendas de Enero, así como las Saturnalia, Brumalia, y Matronalia, lamento que nos atestigua que los cristianos, aparte de su nueva condición, seguían celebrando las mismas fiestas relacionadas con unas preocupaciones que no habían cambiado. Es por ello por lo que la Iglesia no va a tener más remedio que cristianizar algunas de ellas con una significación semejante, pues las preocupaciones de las gentes son las mismas. Asistimos pues a un sincretismo que no nos cabe duda que se da también en la iconografía de la que ahora nos ocupamos, pues en el contexto no aparecen solos, sino formando parte de todo un ciclo, en el que algunas representaciones también nos hablan de fecundación y procreación.


De todo ello se desprende que, si estos enmascarados tomaban parte activa en ciertas representaciones, con unas funciones y significación precisa, como era la de representar a ciertos espíritus terroríficos con un fin determinado: la expulsión periódica de los espíritus malignos, generalmente una vez al año, y contribuir a la reproducción de las especies, al mismo tiempo que tenían un carácter purificatorio, es lógico que con la misma significación pasen ahora al santoral cristiano, como San Blas o San Greluchon heredan las propiedades de Príapo; todo ello de máxima preocupación para las gentes de aquel tiempo.

Así pues, en el ambiente religioso de la época, unos vinieron a sustituir a los anteriores, y si bien la Iglesia pudo marginar lo que a primera vista tenía más de pagano, todavía era muy pronto para poder desvincularlas de su contenido y manifestaciones.

Nos encontramos, pues, ante una iconografía que, si bien a primera vista, y dentro de la actual ortodoxia cristiana, puede estar aludiendo a representaciones demoníacas vinculadas al castigo de los pecadores, nada más alejado de ello, cuando lo que realmente encarnan es a espíritus benéficos, encargados periódicamente de propiciar la seguridad y pervivencia del grupo.

Por ello no nos cabe la menor duda de que nos encontramos ante un grupo que nos vincularía con una temática: "apotropaica y de preservación". No obstante, algunos de ellos podrían estar encarnando a toda otra serie de "espíritus maléficos", cuya presencia era preciso desterrar en un momento de purificación de todas las especies, tanto del género humano como de animales y vegetales. No pudiendo dejar tampoco de lado a toda esa serie de juglares disfrazados, que no tienen nada que ver con éstos, y que nos estarían vinculando a esa otra "temática juglaresca", que es preciso que sea tratada también dentro de su contexto.






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