III. 2  MUERTE - RESURRECCIÓN






Realizado el estudio de las representaciones del monstruo devorador, llegamos a la conclusión de que éste, dentro de nuestro contexto, estaría encarnando la imagen de ese espíritu destructor y regenerador al mismo tiempo.

 


Y es que todo apuntaba a que, dentro de nuestra plástica, encarnaría a ese espíritu que devora, pero que al mismo tiempo confiere una virtualidad al hombre, desaparecido en sus entrañas, capacitándolo para reaparecer a una nueva vida, concepto que nos está ligando, sin lugar a dudas, al tema de la "muerte" pero también de la "resurrección".


 

 


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De que de la muerte puede surgir la vida, vimos como ya estaba constatado en las sociedades célticas a través de sus dos fiestas principales, la del "Samaín", y la de "Beltaine", pues si en la primera se entraba en "hibernación", estando toda la energía latente en estado de potencialidad, en la segunda, celebrada el 1º de Mayo, se manifestaba y experimentaba una verdadera epifanía, como prueba de que de la muerte podía surgir la vida.


A nosotros no nos puede extrañar que ambos temas aparezcan unidos, encarnados por una misma iconografía, pues en el cristianismo ortodoxo estos también se reúnen en el simbolismo que alcanza la figura de Cristo en la cruz, pues la muerte de Cristo no tendría ningún sentido para un cristiano, si no llevara implícita la resurrección. Es el mismo simbolismo que alcanza algunas veces el grano, la semilla, en los Evangelios: "Pues si el grano no muere, no dará su fruto", o el pasaje de Jonás y la ballena.

Por otra parte, en una sociedad tradicional en donde el cristianismo llega tarde, y la presencia únicamente de ritos paganos hasta el S. VII es también evidente, no nos puede extrañar que el mismo mensaje aparezca encarnado en otro símbolo mucho más familiar para aquellas gentes, por formar parte de sus mitos, en los que esta iconografía del monstruoandrófago está íntimamente relacionada con la creencia del nacimiento a una nueva vida, tras haber pasado por la gran prueba del retorno al vientre o útero del monstruo que le proporcionará un nuevo renacer. A su vez, tampoco sería nada extraño, ya que esta iconografía y simbolismo es recogido prácticamente igual por el cristianismo, cuando la trasmite a través de Jonás y la ballena, sólo que aquí el monstruo se ha convertido en un monstruo marino.

Ya habíamos visto en el estudio iconográfico el simbolismo de toda una serie de rituales que implicaban el "regressus aduterum", en los que el fin primordial era hacer que el neófito se transformara para propiciar un nuevo nacimiento, y entre los cuales podíamos contar con éste que nos ocupa, es decir, la devoración simbólica por un monstruo. Este mismo simbolismo es recogido después por toda una serie de leyendas que nos lo atestiguan, y nos relatan este tipo de acontecimiento, en donde el héroe es devorado por un animal, para salir después victorioso y participe de un nuevo modo de ser.


Veíamos también, como para Mircea Eliade todos estos rituales llevaban implícito un retorno a la matriz, y los que participan en ellos tenían bien entendido un modelo mítico, y que todos ellos, tanto mitos como ritos, evidenciaban que el "retorno al origen" preparaba un nuevo nacimiento, no tratándose de un nacimiento físico, sino de un renacimiento místico de orden espiritual, es decir: "el acceso a un modo nuevo de existencia".

Era a través de la mitología de las Eddas, en donde hallábamos este mito cosmogónico y de origen, en donde nos encontrábamos al lobo Fenfir, devorador de Wotan, animal psicopompo, como también lo son el león y otros seres de apariencia monstruosa, distintas formas de un mismo mitologema, siendo éste uno de los protagonistas más importantes, y cargado de simbolismo, en el pasaje del apocalipsis de los "ases". En un principio nos parecía aventurado afirmar que nos encontrábamos ante un mito cosmogónico, cuyo origen podría hallarse soterrado en la mitología de las Eddas, aunque el manuscrito encontrado en el monasterio de San Juan de la Peña (hoy en día en la Biblioteca Nacional de Madrid, y que lleva el número 3.307), así como la versión visigótica del Libro de los Números, en la que la notación de los cálculos está hecha con letras del alfabeto gótico, y el "Codex Virgilianus", conservado en el Escorial, en donde aparecen toda una serie de runas acompañando a la imagen de Cristo en la Gloria, y que asociadas al conjunto iconográfico adquieren un sentido determinado, más que puramente decorativo, todo ello, nos está sin lugar a dudas hablando de toda una serie de conocimientos y tradiciones que se mantenían por aquel tiempo, aún vivas, en algunos monasterios.


Ligado a un sentimiento apocalíptico fue visto al lobo Fenfir, en el manuscrito historiado del Apocalipsis de San Amand, pues ilustra el pasaje de San Juan, en el que los viejos cielos y la vieja tierra ceden su lugar a los nuevos cielos y a la nueva tierra, reconociéndolo en el centro de la cruz de los cielos, por lo que parece constituir un magnífico ejemplo de reminiscencia y de reinterpretación de las Eddas, lo que nos estaría atestiguando que existía todo un recuerdo mitológico soterrado, que no había muerto, pues también con ese simbolismo apocalíptico aparece en el "apocalipsis de los ases", podría ser perfectamente como una transposición, en la que una de sus creencias se amolda al cristianismo sin desaparecer, e integrándose de una forma velada, lo mismo que pasó con toda otra serie de creencias, según G. de Sède, pues claramente podemos ver también otra transposición en una terracota siria, ya citada, en la que nos aparece la figura de Jesús con orejas de asno, llevando los evangelios debajo del brazo, o el dibujo del S. III d. C. que se ha encontrado en Roma, en el que podemos ver a Cristo en la cruz con cuello y cabeza del citado animal, apareciendo a los pies de éste la figura de un hombre, y una inscripción que dice así: "Alexamenos adora a su Dios". Es por ello por lo que muy bien el lobo andrófago, convertido muchas veces en león o monstruo, pudiera estar representando a Fenfir simbolizando el tema de la "muerte-resurrección", e incluso, algunas veces, dentro de un contexto apocalíptico.


Por otra parte, el tema de la resurrección en estas iglesias que no traspasan la segunda mitad del S. XII, se desarrolla claramente en sus interiores, donde no deja de repetirse insistentemente el tema del león como símbolo de resurrección, andrófago o no, pues otras veces veíamos, como con un sentido funerario el león llegaba a su apogeo en el simbolismo de los ritos referentes a la muerte entre los romanos, y con este mismo sentido creíamos encontrarlo en los que Beigbeder llama: "leones enterradores", siendo los encargados de enterrar a ascetas y santos, como son San Antonio de la Tebaida o Santa María Egipciaca, pues para el citado autor era normal que estos animales solares, símbolos de la resurrección, fueran los que realizaran tal menester.

Y es así como podrían estar representados en nuestros interiores, cuando nos aparecen estos acompañados de la figura humana, reduciéndose ésta la mayoría de las veces solo a cabezas, que bien podrían estar simbolizando las almas de los muertos. Y continuamente, sin la figura humana, este tema se vuelve a repetir en todas sus diferentes variantes como animal solar, bien acompañado de rosáceas, bien con su cola rematada por una flor de lis, bien en capiteles contrapuestos a esas águilas de alas explayadas que siguen a éstos como símbolo de resurrección y de fuerza, pues así como el león soplaba en las fauces de sus hijos que habían nacido muertos para resucitarlos, así el águila llevaba a sus crías sobre sus alas extendidas hacia los cielos, para que pudieran mirar directamente al sol, y rechazando a aquellas que no podían resistir su resplandor. A su vez, se creía que el águila después de su exposición a los rayos ardientes del sol, se empapaba en una fuente de juventud, por lo que también se la considera como símbolo del neófito.


Nos encontraríamos, pues, ante la presencia de un mito, en donde el tema de la muerte-resurrección periódica es aquí simbolizado por el monstruo andrófago, símbolo principal en un momento decisivo: "el Año Nuevo". Con el Año Nuevo un ciclo muere pero a su vez otro comienza. Estamos pues en un momento de resurgimiento, en el cual todo renace. Es con motivo de esta fecha, cuando el hombre necesita propiciar su continuidad a través de toda serie de rituales que garanticen ésta.







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